Acerca del “Dào Dé Jing”, tratado del camino y la virtud
Según diversas leyendas, Lao Tzu fue concebido por una estrella fugaz, pasó sesenta y seis años en el vientre de su madre, y nació con cabeza de hombre adulto y cabello cano. Luego de haber vivido doscientos años, cabalgó a lomos de un búfalo hacia los desiertos del oeste o hacia la India. Antes de desaparecer, hizo una parada en la frontera para escribir el Dào Dé Jīng y dejar tras de sí su sabiduría.
En realidad, los estudiosos no se han puesto de acuerdo sobre si alguna vez existió un individuo llamado Lao Tzu. Su nombre significa “Viejo Maestro”, y bien podría no ser más que una manera de personificar el origen desconocido de esta colección de versículos que ha dado en llamarse el Dào Dé Jīng.
Este libro pequeño y casi anónimo es, en cualquier caso, uno de los principales textos que ha producido la Humanidad. A pesar de su milenario origen y la niebla de las traducciones, ha terminado siendo una lectura accesible y sugestiva para gentes de todo el mundo. Si nos preguntaran de qué trata, podríamos aventurar que es un compendio filosófico saturado de poesía, un manual simultáneo de gobierno y de autogobierno, y además una disertación sobre lo inefable que, además de práctica y enjundiosa, resulta desconcertante, confortadora e inagotable.
Además del propio Dào (“Camino”) o el Dé (“Virtud”), uno de los conceptos fundamentales de este singular tratado es el llamado no-hacer, o no-acción. He aquí el contexto en que lo vimos por primera vez, presentado como una cualidad o modus operandi de los mejores jefes:
De los mayores gobernantes, los súbditos apenas notan su existencia; los no tan grandes, son amados y elogiados; los de menor categoría, son temidos; los ínfimos, despreciados. Cuando su credibilidad es insuficiente, entonces no hay confianza en ellos. ¡Cuán largamente pondera el sabio sus palabras! Cuando la tarea está cumplida y el éxito logrado, toda la gente dice: “Así lo........© OnCuba
