Aprender del Tío Ho. ¿Necesitamos ojos y oídos nuevos?
A los de mi generación, Vietnam se nos aparece siempre en imágenes imborrables, algunas de ellas de tanta dureza y crueldad que nos rasgan hasta el propio recuerdo. Otras, de tanta valentía y entrega, que engrandecen el alma y el espíritu, y otras más, que todavía hoy nos producen la alegría de ver la estampida de los marines norteamericanos huyendo del escenario donde ese ejército, el más potente del mundo, encajó la más humillante de todas las derrotas que haya sufrido jamás.
Siempre he pensado que, si bien es cierto que nosotros ayudamos mucho a los vietnamitas en su lucha de liberación y unificación, ellos nos ayudaron mucho más con ese ejemplo tremendo de estoicidad, resistencia e inventiva que les permitió alcanzar la victoria.
En estos tiempos modernos, muchos años después de aquella gesta, Vietnam se nos aparece de forma recurrente, para seguir demostrándonos que su victoria de entonces no fue un hecho aislado y único, sino un ejercicio permanente de capacidad para aprender, de disciplina, de disposición y habilidad para cambiar y transformar por ellos mismos su presente y su futuro. De su decisión inquebrantable de no olvidar su pasado y a la vez de no complacerse y de no ahogarse en él, siempre mirando al futuro, siempre con sueños nuevos, pero con los pies en la tierra.
Tuve la oportunidad de conocer Vietnam. Todo me impresionó, desde esa indescifrable sonrisa casi permanente en los labios de la gente hasta el museo de la guerra en Ciudad Ho Chi Minh. Allí, dos mapas me dieron una idea más exacta de la magnitud de lo que habían hecho; uno señalaba en puntos negros las zonas bombardeadas por la aviación norteamericana —y estaba casi todo en negro— y el otro, identificaba en color naranja las zonas que habían sido rociadas con el Agente Naranja, responsable además de deformaciones teratogénicas en los recién nacidos. Incluso muchos años después, en ese mapa también el predominio del color........
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