Crítica de 'Emilia Pérez': el corazón de los narcotrans
Cuando a finales de año, el vacío informativo se alimente con las claves de lo que ha sido 2024 en términos cinematográficos, se impondrán dos conceptos: la muerte y el musical. O si se prefiere, se constatará que los últimos tiempos han abundado en historias agónicas y que, más que nunca, el horror se ha narrado a golpe de coreografía, a ritmo de musical. Este epitafio fílmico se ve aupado sobre los (d)efectos de la llamada I.A., la gratuidad penal y electoral de la mentira y la impunidad de los crímenes de estado. Hoy los genocidios salen más baratos que nunca y si, en la segunda mitad del siglo XX nos asombrábamos de que fantoches populistas como Hitler y Mussolini, hubieran ganado en las urnas, ahora bendecimos a su descendencia hiperbolizada: más imbécil, más miserable, más criminal que nunca. Así que no es de extrañar que el cine, termómetro público y hasta cierto punto espejo de la vida, mida la angustia que nos muerde, a golpe de eutanasias, cuidados paliativos y estertores anunciados a golpe de bailables. Los locos y los mártires, su duelo cantan, con la música mueren.
Emilia Pérez, como un ritual rítmico, ofrece la cara oscura de........
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