Convivencia en Pamplona, también en San Fermín
En las primeras décadas del siglo XX, hace ahora un siglo, Pamplona era aún una ciudad pequeña y recoleta, encerrada entre las murallas que le habían endosado los nuevos gobernantes a partir de 1512. Aquellos muros, altos, gruesos y rodeados de anchos fosos, constituyeron toda una infranqueable barrera, una auténtica mordaza de piedra que impidió a la ciudad crecer y desarrollarse durante cuatro siglos. En el interior de aquella estrecha jaula, además, la población fue aumentando y hacinándose casi hasta el colapso, generación tras generación, al tiempo que debían soportar un asfixiante control ideológico y moral, ejercido de manera implacable desde cuarteles y púlpitos. Aquel ambiente tenso y rígido, perfectamente descrito por los escritores pamploneses de la época, constituía algo así como una bomba de relojería, una olla a presión de la cual los sanfermines eran casi la única válvula de escape disponible, una espita que se abría tan solo durante el breve plazo de una semana al año.
El ansiado y esperado derribo de las murallas, verificado finalmente ahora hace un siglo, trajo por fin la expansión física........
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