¡Cómo pasan los años!
Debo admitir que al llegar los dos últimos meses del año me embriaga la nostalgia, aclarando que nostalgia no es sinónimo de tristeza; la nostalgia es una emoción compleja que puede mezclar la melancolía, el placer y el afecto por un recuerdo del pasado, no todos los recuerdos son tristes, existen recuerdos que generan alegría; otros no.
Caminando, como suelo hacerlo cotidianamente, recordé aquellas calles empinadas de la ciudad, donde desfilaban, en los años setenta, los más insólitos, curiosos y llamativos disfraces, la creatividad de niños y jóvenes era tan grande que desbordaba todo límite; basta decir que, de cualquier trapo, papel o cartón, salían los más vistosos vestuarios, máscaras o antifaces. Algunos tomaban prestado del escaparate del abuelo o del papá un saco grande con su respectivo pantalón, el cual rellenaban de trapos viejos hasta quedar muy parecido al muñeco de año viejo; ese era el inigualable e inconfundible disfraz de viejito.
Eran los años en que la inventiva e imaginación transformaban el papel globo de diferentes colores en un atuendo de indio, disfraz típico y tradicional de las noches de Halloween, no faltaba la niña que sacándole jugo a su vestido de primera comunión se vistiera de reina, hada o princesa. En esos años maravillosos eran populares las gitanas, campesinas, rockeros, travestis y bobos, entre otros disfraces; todos hechos en casa, con el sello de la mamá o de una tía modista.........





















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