Tres episodios, una herida abierta que corre
Carlos Mazón, en el Museo de las Ciencias / Miguel Angel Montesinos
Vuelvo a casa por avenidas solitarias cosidas por la luz de las farolas. Paro en el semáforo de todos los días. Frenó casi por inercia. Al lado se detiene un coche que hace tiempo que es viejo. Conduce un tipo joven, con gafas y gesto serio. Detrás duermen dos niños pequeños, cada uno en un extremo. La felicidad de las pequeñas cosas. La que no se ve desde dentro. Solo cuando pasó o a través de los cristales borrosos del tiempo.
La noche y la placidez de los niños me lleva a algunos días de hace cinco años, volviendo aún más tarde a casa, superado de cansancio y con las marcas de la mascarilla en las orejas. Algunas de esas noches se cerraron con la voz de la consellera de Sanidad, que en ese momento devolvía mensajes y llamadas. Me recuerdo pidiendo encargos: poder entrar en algún hospital, aclarar algunos datos... Recuerdo a ella con el horror en las palabras.
Hay héroes que pasan por delante de los focos sin que casi se les vea, porque parecen acostumbrados a las sombras, al segundo plano, prefiriendo hacer en silencio y no tener la luz encima, como si algo en su interior les dijera que el bumerán de la atención pública casi siempre se vuelve contra quienes la buscan. Eso no les quita capacidad de resolución y dedicación. Después de ver lo de los Koldo y sus amigos, es más evidente quiénes no han tenido el........
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