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Humor y libertad

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Estos dos asuntos suponen un problema urgente. El caso de Charlie Hebdo en Francia nos recuerda que las bromas pueden ofender lo bastante como para fomentar la reacción más violenta. Y no debería sorprendernos que varios lugares de Francia y Bélgica hayan prohibido actuaciones del humorista francés Dieoudonné, que suele incluir bromas antisemitas en sus monólogos. Sin embargo, deberíamos recordar que uno puede percibir una ofensa aunque esta no se haya producido. Hay feministas radicales que buscan en cada observación inocente sobre las mujeres una agenda oculta machista. Incluso utilizar el pronombre masculino siguiendo la norma gramatical para referirse de forma indiferente a mujeres y hombres puede ofender y en muchos campus de Estados Unidos se está prohibiendo. No es que desees ofender. Es que te enfrentas a gente experta en ofenderse, que ha cultivado el arte de ofenderse durante muchos años y a la que nada produce más placer que ver a un hombre inocente que cae en la trampa de hablar de forma inadecuada.

Normalmente los chistes intentan quitar importancia a las cosas, para que puedas sentirte cómodo con aquello de lo que te ríes. La mayoría de los chistes raciales son eso, maneras de enfrentarse a la diversidad étnica y de ayudar a la gente a sentirse satisfecha con su propio grupo y no amenazado por otros. A veces es tu propio grupo el que se quita importancia a sí mismo, como ocurre con todos los chistes judíos que presentan los tópicos judíos como excentricidades en vez de amenazas. Los chistes suelen hacerse populares porque relajan las cosas y convierten la realidad, con toda su complejidad, en algo menos amenazante. Un ejemplo sería un célebre chiste sobre el conflicto de Irlanda del Norte: Un hombre para a otro en la calle y le apunta al pecho con una pistola: “¿Católico o protestante?”, le pregunta. “Ateo”, le responde. A lo que contesta el primero: “¿Ateo católico o ateo protestante?” Este tipo de........

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