John Forbes Kerry: sensatez y sentimientos
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John Forbes Kerry tiene la compleja personalidad de los desarraigados. Hijo de un austero diplomático de origen austriaco y de una aristócrata de abolengo del noreste estadounidense, Kerry pasó buena parte de su infancia en internados. Tras conocer el Berlín de la posguerra, el pequeño Kerry fue enviado a un instituto en Suiza, donde, además de sufrir los estragos de la melancolía, trató de aprender el difícil arte de la integración social. Kerry era un niño solitario. El hombre que décadas después aspiraría a la Presidencia de Estados Unidos tuvo una niñez marcada por la seriedad y la impopularidad. El joven se concentraba no en hacer reír a sus compañeros, sino en cumplir con las altas expectativas de Richard Kerry. El padre de John Kerry había sufrido una traumática pérdida que marcaría de manera definitiva su carácter. En 1921, Frederick Kerry, abuelo de John, se había quitado la vida en el baño del hotel Copley Plaza de Boston al perder, por tercera ocasión, una fortuna. El dolor del suicidio de su padre nublaría para siempre la vida de Richard Kerry. John, el hijo mayor, resentiría la distancia con su padre y, quizá en un intento por franquear aquella brecha, buscaría triunfar en una carrera que probablemente no tendría otro fin que no fuera la presidencia.
La seriedad de Kerry le ganó pocos amigos en aquellos años de formación. Ansioso, quería participar en todo y, a fuerza de insistir, logró destacar en distintas actividades. Pero el niño aquél, reservado y culto, tenía un aire omnisapiente que rayaba en la pedantería. En Suiza, Kerry hizo escasas amistades. Al poco tiempo, la distancia con el padre crecería sustancialmente. En 1956, los Kerry decidieron enviar a su hijo al Colegio Fessenden, un internado donde la disciplina debió haber rayado en el fascismo (el lema de la escuela es, a la fecha, “El trabajo conquista todo”). Richard y Rosemary Kerry permanecieron en Europa. En Fessenden, John vivió de nuevo como un gitano. La falta de raíces comenzó a afectarlo: “Estaba siempre mudándome y diciendo adiós […] No lo mejor para un niño.”1 Además de sentirse como un desarraigado, Kerry sufrió, en sus años en Fessenden, la crueldad de la aristocracia estadounidense. A pesar de la sangre azul que su madre le había heredado, Kerry no era rico. Richard Kerry, proveniente de una familia judía conversa, ciertamente no era el clásico padre de un muchacho de Fessenden. La familia Kerry originalmente se apellidada Kohn. Fue en 1900 cuando Fritz Kohn, abuelo de John, decidió cambiar su nombre por el de Frederick Kerry. La manera como los Kohn escogieron el apellido Kerry parece salida de una película: cierto día abrieron un atlas y dejaron caer un lápiz para que el azar le diera nombre a la nueva familia. El lápiz marcó el condado de Kerry, en Irlanda. Aunque John Kerry no supo la verdad sobre su linaje hasta el 2003, su abuelo probablemente le había hecho un favor: para un aristócrata de Massachusetts era mejor ser percibido como un irlandés católico que como un judío converso austriaco. Aun así, al linaje de Kerry le faltaba peso para que el adolescente fuera plenamente aceptado en el pedante mundillo de aquel internado. No es aventurado pensar que Kerry soñaba con ser popular. Al poco tiempo, la vida le dio a Kerry una salida. Todo muchacho que enfrenta problemas en una escuela complicada sueña con encontrar un amigo como Richard Pershing. Nieto del célebre general John Pershing, Richard Pershing era, de acuerdo con los testimonios de quienes lo conocieron en aquellos años de adolescencia, un tipo encantador. El carisma de Pershing era tal que sus amigos de la época lo comparaban con Jay Gatsby, el personaje de la novela de F. Scott Fitzgerald cuya voracidad vital no conoce límites.2 Kerry probablemente veía a Pershing con admiración: el joven, heredero de una estirpe militar incomparable, era todo lo que Kerry deseaba ser, pero, lejos de envidiarlo, Kerry decidió aprender de Pershing. Para 1957, cuando dejó Fessenden a fin de inscribirse en el Colegio St. Paul, Kerry había adquirido una nueva confianza en sí mismo.
En St. Paul, Kerry tuvo que enfrentar una sociedad escolar aún más complicada y excluyente que la de Fessenden. Pero el joven se defendió con brío. En el afán de darle cauce a su afición por el arte del debate, Kerry fundó una sociedad donde podían discutirse los grandes temas nacionales. El futuro candidato demostró, desde entonces, su tendencia a la elocuente seriedad: alguna vez pronunció un discurso memorable con el ambicioso título de “La lucha negra”. Herbert Church, profesor de inglés de Kerry en St. Paul, lo recuerda como un estudiante que “quería hacer algo por el mundo […] era un idealista sincero”.3 Ser un idealista que reflexiona sobre los grandes asuntos no siempre es sinónimo de popularidad en la adolescencia y, sin un Richard Pershing junto, Kerry comenzó a sentirse alejado del grupo. En St. Paul, la salvación fue John Walter, un compasivo maestro que se convirtió en el interlocutor favorito de Kerry en el complicado ambiente escolar. Walter confirmó la pasión de Kerry por la política y, siendo el primer maestro de color en ser admitido en el cuerpo docente de St. Paul, enseñó a Kerry la importancia de la lucha por los derechos civiles. En St. Paul, Kerry escogió un ídolo político: John F. Kennedy. La fuerza política de Kennedy impresionó al joven Kerry, quien desde entonces se consideraría el potencial heredero del hombre con el que creía compartir algo más que aquellas legendarias iniciales. Un par de años después, Kerry conocería a Kennedy en Rhode Island. Kerry mantenía una amistad con Janet Auchincloss, media hermana de Jacqueline Kennedy. Janet invitó a Kerry a un paseo en velero. Kennedy iba en el yate. Las fotografías de aquel día muestran a un Kerry que trata de dar una impresión de calma pero no puede ocultar el asombro que seguramente inunda a cualquier persona que se enfrenta, de pronto, con el objeto de su idolatría. Kennedy era, después de todo, otra figura que tenía eso que Kerry tanto anhelaba: una mezcla perfecta entre fortaleza y popularidad. Desde ese momento, Kerry trataría de imitar a Kennedy a cada paso.
Después de St. Paul, Kerry se inscribió en la Universidad de Yale, donde su culto idealismo fue mejor recibido. Entusiasta como siempre, Kerry se aprendió la historia entera de la universidad: paseaba por New Haven como quien camina por el lugar de sus sueños. “[Kerry] simplemente conocía la escuela, conocía las tradiciones. Siempre tuvo un sentido de la historia y su lugar en ella”,4 recuerda Danny Barbiero, amigo de Kerry desde St. Paul, y después compañero del futuro senador en Yale. Kerry hizo amigos con rapidez en la universidad. Primero fue Harvey Bundy, sobrino de William y McGeorge Bundy, dos de las figuras centrales de la política exterior estadounidense de la época. Después cultivó la amistad de Fred Smith, un entusiasta de la aviación que le enseñaría el oficio de piloto y fundaría, con los años, la exitosa empresa de mensajería Federal Express. David Thorne, quizá el más cercano a Kerry y quien se convertiría, con el tiempo, en su cuñado (Kerry se casaría con Julia, la hermana de su compañero), completaba el grupo de amigos. Además de Barbiero, Bundy, Smith y Thorne, John Kerry se reencontró con Richard Pershing. La amistad entre Pershing y Kerry volvió a florecer en Yale, donde Pershing siguió haciendo gala de su carisma y ayudó a Kerry a acercarse a más de........
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