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El crimen virtual

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Nabokov aconsejaba escribir la palabra “realidad” entre comillas. ¿Qué garantías tenemos de que nuestra versión de los hechos sea auténtica? Aunque los tribunales y los periódicos viven para cortejarla, la verdad es compañía escurridiza. Por eso asombran tanto los novelistas que pretenden captar las cosas “como son” y se esfuerzan por que sus personajes beban un café en tiempo real; a veces, en un alarde hiperrealista dedican tres páginas a que un protagonista se quite el abrigo. Esta insoportable lentitud de lo real aspira a que la prosa sea como un perro de paladar negro, con pedigrí de autenticidad, ejercicio bastante absurdo, tomando en cuenta que el arte no es menos verídico por ser inventado. Las inverificables hazañas del Rey Arturo determinan nuestro tiempo y nuestros videojuegos con mayor poderío que numerosos sucesos reales. En este sentido, también llama la atención el ardid publicitario de anunciar una película como “una historia verdadera”. ¿La trama mejora o es más creíble por el hecho de que los protagonistas tengan tipo sanguíneo y código postal? En modo alguno. La verosimilitud de las historias depende de su lógica interna, no de testigos que puedan avalarla. Por lo demás, nada nos protege de que la frase “una historia verdadera” sea precisamente una mentira.
     Una vez dichas,........

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