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La terapeuta más cotizada del mundo

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No cobra, no se cansa, recuerda tus secretos y nunca te juzga. ¿Es esta la utopía del terapeuta ideal? Podría parecerlo. Pero hay un detalle: no es humano. Es un chatbot. En una época marcada por la ansiedad y el difícil acceso a la atención psicológica, muchas personas hemos empezado a buscar consuelo en asistentes virtuales. ChatGPT, Perplexity, Gemini o incluso robots con IA integrada que prometen escucha activa, frases reconfortantes, respuestas empáticas.

Este es un fenómeno global. Desde Líbano, Al Jazeera reportó las experiencias de libaneses que usan IA para buscar apoyo emocional ante el colapso del sistema de salud mental en su país. Una joven confesó que, al no poder pagar terapia, empezó a hablar con un chatbot. Era amable y la hacía sentir menos sola. En Taiwán y China, The Guardian informó que los jóvenes están usando cada vez más chatbots como Ernie Bot o DeepSeek como una forma de terapia accesible y discreta, por miedo al juicio social. Y en México ya comienzan a surgir iniciativas como “Olimpia”, el primer chatbot creado por mujeres para víctimas de violencia digital. Pero incluso sus creadoras insisten: “No sustituye a una abogada ni a una psicóloga. Es una primera mano extendida.”

Pero para la socióloga Sherry Turkle, pionera en el estudio de nuestras relaciones con la tecnología, lo que estos sistemas ofrecen no es empatía real, sino empatía simulada. “Ofrecen compañía sin juicio, la sensación de intimidad sin las demandas de reciprocidad”, escribe. Y, sin embargo, advierte que lo que experimentamos no es un vínculo auténtico, sino una ilusión.

En la Ciudad de México, siete de cada diez personas tienen una necesidad no atendida en salud mental desde 2020. Así lo declaró la diputada Valeria Cruz Flores, presidenta de la Comisión de Salud local, quien también alertó sobre un aumento de hasta el 360% en los casos de ansiedad y depresión en las últimas dos décadas. En ese contexto, los bots se presentan como alternativa rápida. Sin lista de espera. Sin tarifas elevadas. Sin, aparentemente, complicaciones. Pero también sin cuerpo. Sin juicio clínico. Sin responsabilidad moral.

Todo comenzó con una pregunta: “¿Pueden pensar las máquinas?” El matemático británico Alan Turing la formuló en 1950 en su ensayo “Computing machinery and intelligence”. Para responderla, propuso el test de Turing: si una persona conversa a ciegas con una máquina y con otro humano, y no logra distinguir quién es quién, la máquina podría considerarse “inteligente”.

Seis años más tarde, en 1956, la Conferencia de Dartmouth marcaría el inicio oficial de la inteligencia artificial. Científicos como John McCarthy, Marvin Minsky y Herbert Simon imaginaron que en una sola generación lograrían crear una máquina tan inteligente como nosotros. La euforia fue tal que recibieron grandes fondos de inversión, pero la mente humana les resultó mucho más difícil de replicar.

Los esfuerzos no terminaron ahí. Joseph Weizenbaum, un investigador del MIT, podría considerarse el padre de los chatbots, pues creó a ELIZA, el primer chatbot de la historia, en 1966. ELIZA imitaba a un psicoterapeuta rogeriano, reformulando tus frases en forma de preguntas. “Me siento triste” generaba: “¿Por qué crees que te sientes triste?” Simulaba conversación, pero el efecto fue real: muchas personas sintieron que la máquina las entendía. Weizenbaum quedó sorprendido y alarmado. Años después escribiría que su programa no tenía “nada de mágico ni verdaderamente inteligente”, y........

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