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Celebrar la vida envuelto en una manta

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Definitivamente parece confirmarse que hemos decidido tentar al diablo. A diario se me habla de "los demasiados libros" y hasta ahora yo iba mirando a otro lado —siempre queda bien ser tolerante—, no queriendo ver ni dramatizar. Pero últimamente el asunto se ha puesto demasiado serio, ya no tiene gracia. Un buen escritor y alma caritativa dijo el otro día que había que dejar en paz a los narradores mediáticos y a los editores cabrones, que hagan y deshagan, que saquen sus cabecitas por la televisión y se hagan famosos y vendan sus bodrios, no molestan tanto, no hacen daño, tienen derecho al negocio, la buena literatura sigue su propio camino. ¿No molestan tanto? El negocio se ha vuelto definitivamente diabólico, se han pasado de la raya los comerciantes y los enemigos de lo literario y la situación ahora es sencillamente alarmante, porque se ha tentado a la figura del Diablo de forma muy arrogante y peligrosa, y la Basura total ya está aquí, totalmente, con una obscena plaga de escritores analfabetos vendiendo sus falsos libros. Ya no quiero mirar a otro lado y dejar jugar a los niños, se acabó la broma.
     Si Blanchot decía que todo artista está ligado a un error con el que mantiene una particular relación de intimidad, hoy puede decirse algo parecido del mundo del libro, que se está hermanando con un obsceno pájaro de la noche final, con un íntimo y escalofriante error que no tardará en ser su perdición. El otro día, al presentar en Barcelona Siete cuentos imposibles, el primer libro de Javier Argüello, advertí de la inminente catástrofe, fui apocalíptico (pero sincero) porque sentí........

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