El presidente historiador
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Tres grandes retratos enmarcan las ceremonias oficiales de Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. De un lado, Benito Juárez. Del otro, Lázaro Cárdenas. Y en el centro, Francisco I. Madero. Ha dicho reiteradamente que tiene la legítima ambición de estar a la altura de esos tres personajes. Ningún otro presidente mexicano postuló su lugar en la historia antes de que la propia historia dictara su veredicto. Pero López Obrador es distinto: es un presidente impregnado de historia.
“Mi gusto por la historia –ha escrito– me ayuda mucho en el trabajo como dirigente político.”
{{ Andrés Manuel López Obrador, Neoporfirismo. Hoy como ayer, Ciudad de México, Grijalbo, 2014, p. 13 }}
Pero es más que un gusto: un vivo interés que cultivó con maestros, historiadores y escritores de su natal Tabasco, una gravitación constante en sus actos y actitudes, en sus conversaciones y discursos. También es un oráculo al que recurre con dos ópticas convergentes entre sí, y convergentes en él: la teoría de los grandes hombres y el libreto de la revolución social pacífica. Según la teoría, la historia mexicana es un elenco de héroes y villanos que López Obrador ha buscado emular y rechazar, pero siempre superar y trascender. Según el libreto, la historia es una promesa de redención social incumplida, desvirtuada, traicionada, que es preciso retomar en una “Cuarta transformación” –acaudillada por él– cuyo fin será completar la obra de la Independencia, la Reforma y la Revolución.
Significativamente, el nombre de la coalición que encabezó López Obrador fue Juntos Haremos Historia. Y la hizo, en efecto, con un triunfo abrumador e inobjetable. El 1 de julio de 2018, el 53% de los votantes le dio no solo la presidencia sino prácticamente la mayoría absoluta a su coalición en el Congreso (mayoría que más tarde obtendría con ayuda del Partido Verde Ecologista de México) y en gran parte de las legislaturas de los estados. Desde los viejos tiempos de la hegemonía del PRI, ningún presidente contó con semejante poder. Con la diferencia de que López Obrador lo logró en una elección libre, gestionada por casi un millón y medio de ciudadanos organizados por el Instituto Nacional Electoral, entidad autónoma que no existía en aquel período cuando el gobierno era juez y parte en los comicios.
En 2014, año en que registró su partido, Movimiento Regeneración Nacional (Morena), López Obrador publicó un libro de historia para hacer historia: Neoporfirismo. Hoy como ayer. Autor prolífico, ya en las campañas anteriores de 2006 y 2012 había dado a luz obras de diversa índole (denunciatorias, programáticas), pero ninguna justificaba su plataforma en términos puramente históricos.
{{ López Obrador ha publicado alrededor de quince libros. Entre 2006 y 2012 publicó tres: La gran tentación. El petróleo de México, Ciudad de México, Grijalbo, 2008, 208 pp. [libro parcialmente histórico], La mafia que se adueñó de México… y el 2012, Ciudad de México, Grijalbo, 2010, 216 pp. y No decir adiós a la esperanza, Ciudad de México, Debolsillo, 2012, 228 pp. }}
La portada adelantaba la tesis: aparecía Porfirio Díaz, que gobernó casi continuamente a México de 1876 a 1911; y de cabeza (vestido como Díaz) Carlos Salinas de Gortari, presidente entre 1988 y 1994, cuya influencia trascendió a su sexenio. El mensaje era evidente: así como Francisco I. Madero combatió al régimen llamado “porfirismo”, López Obrador estaba llamado a combatir a su réplica presente, el “neoporfirismo”.
De ese modo establecía López Obrador su sitio en el elenco de los protagonistas, su misión en el libreto de la historia. Era el nuevo Madero. De allí proviene la centralidad de ese personaje en las ceremonias oficiales y en el libro: “Como caído del cielo […Madero era] el hombre a la medida, como lo demandaban las circunstancias; el ser providencial, como dirían los místicos; en palabras llanas, el dirigente que hacía falta para conducir al pueblo y comenzar la obra de transformación.”
{{ Andrés Manuel López Obrador, Neoporfirismo…, op. cit, p. 291 }}
Hablando de Madero, hablaba de sí mismo.
El paralelo no era del todo aventurado. Aunque muy distintos en su temperamento, trayectoria, ideología y origen social (Madero fue un empresario apacible y liberal que pertenecía a la élite del porfirismo; López Obrador ha sido un combativo líder de izquierda, proveniente de una modesta familia de comerciantes en Tabasco), coincidían en su vocación de servicio a los pobres, y en una fe que en el caso de Madero lo inclinó al espiritismo. López Obrador la explica así: “la corriente espírita […que] en ese entonces era una doctrina de valor filosófico […] le sirvió para afianzar sus convicciones […y llegar] a la íntima conclusión de que debía arriesgar hasta su vida por la causa de la libertad”.
{{ Ídem, p. 292. }}
El retrato es un autorretrato, no porque López Obrador sea espiritista sino porque su particular misticismo lo llevó alguna vez a comparar las dificultades de su “apostolado” (la palabra, referida a sí mismo, es suya) con las del propio Jesucristo.
Habría otros paralelos en el futuro inmediato. En 1909 Madero publicó La sucesión presidencial en 1910, libro que fue la mecha de su revolución. Neoporfirismo. Hoy como ayer tuvo el mismo propósito, aunque no la trascendencia, pero contiene predicciones sorprendentes. López Obrador, como Madero, sería “vitoreado con entusiasmo rayano en frenesí”. A él también lo favorecería la división del grupo gobernante. Y al igual que Madero, “jamás titubeó ni dio muestras de flaqueza […] sus esperanzas de triunfo no se limitaban únicamente a ganar las elecciones, sino a perseverar hasta cambiar el régimen”.
(( Ídem, pp. 301 y 303. ))
Pero más que un paralelo (que suele darse entre personajes históricos), lo que López Obrador sugería era una identificación ontológica con el héroe. Se propuso comprobar la maldad radical del porfirismo que enfrentó Madero, para luego equipararla con la del régimen que él ha enfrentado y al que, finalmente, vencería. Neoporfirismo. Hoy como ayer es un libro importante no solo porque refleja su visión del pasado, sino porque resume el fundamento ideológico de sus actos y anticipa la nueva historia oficial. Antes de abordarlo, vale la pena detenerse en los libros que lo antecedieron, obras que, como tantas cosas en la vida de López Obrador, remiten a una historia y una geografía: la de Tabasco.
De no haber sido político, López Obrador habría sido historiador. Lo ha sido, en sus tiempos libres. Alguna vez referí que en mi primer encuentro con él, hacia 2003, me regaló sus dos tomos de historia de Tabasco, publicados por la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Los había escrito a mediados de los ochenta, en un paréntesis de su intensa actividad política. Comprendían sucesivamente la etapa formativa de la nación (1810 a 1867) y la República Restaurada (1867-1876).
{{ Andrés Manuel López Obrador, Los primeros pasos. Tabasco, 1810-1867, prólogo de Rodolfo F. Peña, Villahermosa, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 1986, 284 pp.; Del esplendor a la sombra. La República Restaurada. Tabasco, 1867-1876, prólogo de Pedro Ocampo Ramírez, Villahermosa, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 1988, 188 pp. }}
“Están muy basados en don Daniel”, me dijo, aludiendo al gran historiador liberal Daniel Cosío Villegas (1898-1976) y a sabiendas de que había yo sido su discípulo, biógrafo y editor. Tiempo después advertí que, en efecto, algunos apartados del segundo libro dedicados a la escena nacional descansaban mayoritariamente, de manera directa e indirecta, en el primer tomo de la Historia moderna de México de Cosío Villegas, al grado de replicar ciertos títulos, glosar, parafrasear y aun transcribir partes de su contenido (más una que otra errata). Advertí aquello, pero no me pareció relevante, no solo porque le daba crédito general a don Daniel sino por tratarse de un historiador no profesional que buscaba conocer, comprender y difundir el pasado de su estado, injustamente relegado en la conciencia histórica nacional.
En 2015, tres décadas más tarde y en otro paréntesis de su carrera política, López Obrador retomó aquellos libros, los editó y pulió considerablemente, y publicó El poder en el trópico.
{{ Andrés Manuel López Obrador, El poder en el trópico, Ciudad de México, Planeta, 2015, 832 pp. }}
Con una preciosa portada que alude al paisaje selvático de Tabasco y un epígrafe del poeta Carlos Pellicer (su inspiración permanente), debidamente presentado en sus notas, bibliografía e índice onomástico, el volumen incluye (además de los tramos tratados en la obra original) un largo apartado sobre Tabasco en el porfiriato, otro sobre la revolución maderista y remata con “Diez relatos de actualidad”, colección de ensayos sobre los gobernantes posrevolucionarios que desemboca en el presente.
En la etapa porfiriana, la narración es un vaivén entre la historia nacional y la local, entre la patria y la que Luis González y González llamaba “la matria”.
{{ Luis González y González, Invitación a la microhistoria, Ciudad de México, Clío, 1997, p. 16.}}
Para la primera, Cosío Villegas es fuente primordial pero no única (están también las obras de Andrés Molina Enríquez, Francisco Bulnes, John Kenneth Turner y Jesús Silva Herzog). Para la segunda, el autor recurre a informes de los gobiernos de Tabasco, historias políticas locales, compendios estadísticos, biografías de gobernadores, no pocos documentos del archivo de Porfirio Díaz, colecciones de documentos históricos compilados por el lingüista y gobernador Francisco J. Santamaría y periódicos locales como El Correo de Tabasco y El Renacimiento. Hubiera sido preferible que se concentrara únicamente en la historia propia, trayendo a cuento la nacional solo cuando fuera necesario. (Eso al menos es lo que recomendaba el propio Luis González, padre de la microhistoria.) López Obrador no siguió ese camino, pero el libro fluye porque se sustenta en un amor genuino por su patria chica.
López Obrador conoce la tempestuosa geografía de Tabasco como la palma de su mano. Aquel orden en que el hombre convive y lucha con la naturaleza dio origen a una imperiosa cultura del poder, que estudia con detenimiento biográfico. Ahí están, narrados al estilo detallista de don Daniel, los avatares del doctor Simón Sarlat Nova, gobernador por tres períodos pero que, al uso de la época, alternó su cargo con el de senador ¡por el Estado de México! Con todo, Sarlat atendió la educación (fundó el Instituto Juárez), desarrolló la infraestructura, edificó el Hospital Civil y el actual Palacio de Gobierno. En el extremo opuesto está el militar papanteco Abraham Bandala que gobernó “con autoridad e infundiendo miedo” por dieciséis años.
{{ Andrés Manuel López Obrador, El poder en el trópico, op. cit., p. 418. }}
No dejó de promover parques, mercados y hospitales (tenía una extraña obsesión por los relojes públicos) pero, muy acorde con los dictados de don Porfirio, disolvió el Club Melchor Ocampo, eco tabasqueño del Congreso Liberal de 1901 celebrado en San Luis Potosí. En El poder en el trópico, Tabasco aparece como un espejo remoto pero fiel de la era porfiriana. Hay, es verdad, demasiadas transcripciones de cartas, documentos y estadísticas en el cuerpo del libro, señal inequívoca de prisa, pero esa densidad se compensa con las páginas que tocan la fibra íntima del autor, su sensibilidad social.
En esta vena, hay un capítulo representativo: “A la sombra de la caoba”. Su tema es la dura vida cotidiana en las haciendas, la frenética explotación de las maderas en los campamentos de corte (las monterías), la desigualdad social y la aguda discriminación étnica hacia los indígenas chontales. En la Independencia y la Reforma, señala López Obrador, “jamás se hizo presente un llamado de justicia”. Ya en el porfiriato, las leyes de baldíos que propiciaron la aparición de descomunales explotaciones madereras, que en conjunto abarcaban la mitad del territorio del estado, tuvieron además el efecto lateral de “desarraigar de sus tierras al indígena para incorporarlo al trabajo servil en haciendas y monterías”.
(( Ídem, p. 467. ))
La vida en las monterías no solo merece una historia sino una novela. “El enganche y la esclavitud en las monterías –escribe López Obrador– representan uno de los dos episodios más vergonzosos de la historia de Tabasco. Los campamentos de corte de madera eran grandes cárceles al interior de la selva […] Una vez endeudado, el trabajador no podía salir de la montería y ‘era obligado a seguir trabajando […] por la mitad de la paga del primer año’.”
{{ Ídem, p. 500. }}
Para el trabajador de las monterías el lodo era “su elemento, pues en él anda, come, bebe y sufre dieciocho a veinte horas cada día”. En su piel quedaban marcadas las “espinas, estacadas, latigazos”.
(( Ídem, p. 502. ))
De este compendio de injusticias se desprende su condena radical a la era porfiriana. Aunque proliferaron en Tabasco las obras materiales, la sanidad y la educación, “nada de eso compensa la tremenda explotación y el sufrimiento de casi todos los tabasqueños”.
{{ Ídem. }}
El Tabasco porfirista, señala López Obrador, “fue un buen laboratorio para demostrar con suficiente claridad que el progreso sin justicia es retroceso […] en lo social no solo se mantuvieron las mismas prácticas de sometimiento a los de abajo, sino que resurgió el régimen esclavista colonial”.
(( Ídem, p. 481. ))
La Revolución estalló para corregir ese orden. López Obrador la sigue de la mano del tabasqueño Alfonso Taracena (1896-1995), maestro de la anécdota puntual y significativa. Entre los gobernadores revolucionarios, se detiene en la vida de Manuel Mestre Ghigliazza: su valerosa oposición al régimen porfirista y su gestión como gobernador maderista. No dejó de tener méritos (entre otros, ser historiador de su estado), pero sus pecadillos conyugales (narrados con malicioso deleite) fueron nada comparados con su falla moral: abandonar a Madero. López Obrador lo explica así: “Mestre no se guiaba por ideales y principios, era más bien un hombre de poder”.
{{ Ídem, p. 637. }}
Inversamente, ningún personaje de Tabasco se compara con el general Francisco J. Múgica, michoacano que gobernó el estado en 1915 a quien considera “el más idealista y consecuente de los revolucionarios de México”.
{{ Ídem, p. 683. }}
El paso de Múgica por Tabasco así como los perfiles de dos gobernadores decisivos –Tomás Garrido Canabal y Carlos Madrazo– provienen de Entre la historia y la esperanza, libro de índole política pero con fuerte contenido histórico, publicado por López Obrador en 1995, al cierre de su larga trayectoria tabasqueña y al inicio de su carrera política nacional.
(( Andrés Manuel López Obrador, Entre la historia y la esperanza. Corrupción y lucha democrática en Tabasco, Ciudad de México, Grijalbo, 1995, 270 pp. ))
En otro sitio he aludido a la gran significación de Garrido Canabal en el perfil teológico político de López Obrador.
{{ Enrique Krauze, “El mesías tropical”, en Letras Libres, junio de 2006. }}
Baste apuntar que –como sugiere Graham Greene en El poder y la gloria– en Tabasco la política, aun la más antirreligiosa, tiene un peculiar sustrato religioso, un celo dogmático y disruptivo que no existe en otras partes del país. López Obrador lo comparte de manera profunda. Su libro no se alarma demasiado ante la persecución religiosa desatada por Garrido. Extrañamente, la explica por la tenue huella de la Iglesia en Tabasco y el auge en la........
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