¿Qué reemplazaría al capitalismo democrático?
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“Un fantasma recorre Europa” (…), escribieron Marx y Engels en 1848. Era el fantasma del comunismo: la proyección de una redención colectiva frente a las fallas del capitalismo industrial. Hoy, más de un siglo después, no hablamos ya de un fantasma en singular, sino de una mutación: una serie de fracturas internas que atraviesan al capitalismo democrático, el sistema que, en palabras de Alexis de Tocqueville, parecía destinado a extenderse por el mundo como la forma política y económica más estable de la modernidad. Sin embargo, desde el siglo antepasado Tocqueville ya advertía que “no existe forma política hasta hoy descubierta que favorezca por igual el bienestar y el desarrollo de todas las clases de la sociedad”. En ese diagnóstico clásico se inscribe la paradoja contemporánea que vivimos hoy: el sistema que más acercó libertad e igualdad está mostrando fisuras sistémicas alrededor del mundo.
Martin Wolf, editor asociado y principal comentarista económico del Financial Times, no es un opositor radical del sistema: es, más bien, uno de sus defensores más influyentes. Por eso adquiere especial peso la advertencia de su libro La crisis del capitalismo democrático (2023): las bases del pacto político y económico que sostuvo a Occidente durante décadas se están agotando. Las certezas que definieron a las generaciones anteriores se han desmoronado. Los datos son claros: el mercado de la vivienda es el más caro de la historia; comprar una casa ya no es un proyecto de vida, sino un privilegio. La universidad ya no garantiza un empleo estable, el trabajo formal se precariza y los salarios reales pierden valor frente a una inflación cuasi permanente. El ahorro se ha vuelto inexistente, y la natalidad se derrumba no por falta de interés, sino porque tener hijos resulta económicamente insostenible. A esta ecuación se suma la inteligencia artificial, que automatiza empleos y redefine profesiones enteras antes de que una generación siquiera pueda acceder a ellas. El resultado es una cohorte atrapada en la paradoja de trabajar y estudiar más que nunca, pero vivir con menos certezas que sus padres y abuelos.
El capitalismo democrático alcanzó su mayor esplendor tras la Segunda Guerra Mundial. No era un sistema perfecto, pero se consolidó en torno al Estado de bienestar, que dio forma a una clase media amplia, protegida por marcos jurídicos que buscaban limitar la desigualdad, redes de seguridad social y una economía en expansión. La globalización, primero en Occidente y luego extendida al resto del mundo, alimentó la expectativa de crecimiento constante y movilidad social ascendente. Durante décadas, el contrato social funcionó: los hijos vivían mejor que sus padres, el empleo estable ofrecía pertenencia social y el........
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