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Cliente de su ingenio: Salvador Novo (1904-1974)

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¿Quién fue Salvador Novo? ¿Ese hombre sin moral y sin ideas que atacó a los débiles y agasajó a los poderosos, que escribió con caca y a quien sólo salvan los epigramas contra sí mismo, como lo describió Octavio Paz? ¿O fue ese homosexual valiente que Carlos Monsiváis admira,

el agitador cultural que al defender su derecho a la diferencia, aun en contra de su insolidaria voluntad, ganó la libertad para los otros?
     El joven Novo fue, y en ello coinciden todos sus intérpretes, el escritor mejor dispuesto a dialogar, en poesía y en el ensayo pero también en sus reseñas más superficiales, con esa literatura moderna que tuvo, en los años veinte del siglo pasado, su esplendor. De los Contemporáneos fue el más ávido y el más informado; aunque no le interesó ejercer la crítica literaria y, como ensayista, le faltó la sensibilidad de Xavier Villaurrutia y la pasión por las ideas que caracterizó a Jorge Cuesta, Novo fue, sin discusión, el moderno. No se conformó con la lectura rutinaria de la Nouvelle Revue Française y de la Revista de Occidente, y frecuentó rincones más selectos como Commerce y The Little Review. Su conocimiento de la poesía de vanguardia, particularmente la anglosajona, llegó a ser enciclopédico, y al poeta que acompañó a Paul Morand y a John Dos Passos en sus paseos mexicanos no le fueron ajenos Conrad, Proust, José Moreno Villa, H.L. Mencken, Ramón Fernández o George Santayana, como lo prueba la compulsiva enumeración de novedades que consta en su columna de El Universal Ilustrado en 1929. No quiero decir que Novo haya leído a todos los autores que consigna; mejor aún, a través de ellos supo tomarle la temperatura literaria a una época vertiginosa y extraer de ella un temperamento.
     En libros como Ensayos (1925), El joven (1928), Return Ticket (1928), Jalisco-Michoacán (1933), Continente vacío (1935) y En defensa de lo usado (1938), Novo hace propias las maneras viajeras de Morand, haciéndolas valer lo mismo para Hawai que para Guadalajara, y pasa del entusiasmo futurista ante la gran ciudad a la postulación de un clasicismo, a la manera de Léon-Paul Fargue en Le piéton de París. Si Novo no calificó en vida entre los autores canónicos por la ausencia en su bibliografía de un libro consagratorio (a la manera de La sangre devota, de Al filo del agua, de Muerte sin fin, de Pedro Páramo, de La región más transparente), debe reconocerse que poseyó una virtud sólo visible entre los grandes escritores: transitar entre la corte y la aldea, la capital y la provincia, las metrópolis de la literatura mundial y sus periferias. El joven que alcanzaría la madurez (y que comenzaría a ver pudrirse los frutos de su ingenio) con Nueva grandeza mexicana (1946) no tuvo complejos al exhibir, criticar y ponderar el fecundo contraste entre la provincia de su infancia pueblerina y la joven madurez. Novo hace suya la tradición y dispone de ella sin complejos parricidas: la ciudad narrada por Novo, para ser verdaderamente moderna, debe reconocerse en su linaje criollo, coquetear con el aztequismo y buscar un estilo mestizo que le sea propio, intransferible.
     La comodidad con la que Novo se mueve entre contradicciones que paralizaron a espíritus menos sofisticados y atléticos que el suyo es notoria en su poesía. En XX poemas (1925), en Espejo (1933) y en Nuevo amor (1933), como lo dijo Antonio Castro Leal, no se aprecia la influencia de ninguno de los entonces maestros de la lengua (ni Enrique González Martínez, ni Juan Ramón Jiménez) y habiendo hecho su escuela en la lectura de e.e. cummings o H.D., Novo jamás depende notoriamente de ellos, como le ocurriera a Villaurrutia con Jules Supervielle. Si Nuevo amor fue inmediatamente traducido al inglés y al francés, un libro como Poemas proletarios (1934) es bastante excepcional entre la literatura de los........

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