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La censura en los medios. El regreso de la isegoría

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13.07.2025

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1. En la polis griega no sólo es inventada la democracia, sino que quedan consagradas las premisas para que pueda hablarse aún hoy de su plena existencia: la capacidad jurídica de todos los ciudadanos para participar en la adopción de decisiones y el derecho igual a tomar la palabra en la asamblea. Es lo que recogen los conceptos de isonomía y de isegoría, este último mucho menos utilizado que el anterior. Sin ese acceso generalizado a la palabra, el ciudadano carece de elementos de juicio para emitir su opinión en un sentido o en otro. De hecho, uno de los principales cauces de restricción de la democracia en las sociedades contemporáneas consiste precisamente en manipular o bloquear ese momento fundamental del proceso político, y, de modo particular, la práctica de los totalitarismos se asienta sobre esa interferencia a la hora de conformar la opinión pública. Cerrando el círculo, esa misma capacidad reconocida de acceso a la palabra por parte del ciudadano también requiere en la modernidad que él mismo reciba una información veraz.

Una vez fijados los rasgos de ese tipo ideal, puede pensarse que incluso en la historia de la era del liberalismo y la democracia, por no hablar de los más de dos milenios previos de poderes despóticos, lo que se comprueba es el acierto de Rousseau al declarar que el hombre nació libre, pero se encuentra en todas partes encadenado. Se trata de un balance en líneas generales correcto, comparable a su apreciación de que difícilmente los hombres aceptarán ser gobernados por otros hombres, cuando casi siempre han estado gobernados por los dioses. Pero para ambos casos habría que introducir una cláusula de cautela. El predominio de las variantes de poder teocrático, desde el mundo prehelénico a los fascismos, desembocó durante la era contemporánea en un permanente enfrentamiento con la aspiración a la libertad política, de manera que toda restricción a la misma recibió el estigma de la ilegitimidad que previamente fuera adjudicado a los opositores al absolutismo.

A lo largo de la historia, casi siempre sofocada, la isegoría irá experimentando mutaciones, tanto por el marco político y el nivel cultural de las sociedades, como por la infraestructura técnica de la comunicación, en un largo recorrido que arranca de la intervención oral en la asamblea de la polis y desemboca en la puerta abierta a la multiplicación casi ilimitada de emisores que hace posible internet. En su camino hacia el destinatario, individual o colectivo, el mensaje se verá siempre condenado a sufrir la incidencia de los distintos sistemas de censura, condicionados a su vez por la configuración del poder y por los recursos técnicos a disposición del censor y de sus víctimas. Resulta imprescindible hablar de censuras en plural, ya que tan censoria es la interferencia ejercida burocráticamente en un juzgado de imprentas o en el despacho del ministerio del Interior como la llamada del asesor de un ministro al editor de unos servicios informativos en radio y televisión o a la menos conocida, pero demasiado real, actuación permanente dentro de un periódico del personaje encargado de garantizar que los artículos, las informaciones, e incluso la colocación de los mismos en el diario se ajusten a los intereses económicos y políticos de la empresa, o de sus tutores. Es el “te destinan cuarta plana, letra chica y a un rincón”, que para la noticia en la prensa de la muerte de un trabajador comentaba la canción-protesta del grupo musical chileno Quilapayún.

Además, la primera censura es en gran medida visible, aun cuando la normativa de su aplicación trate de evitarlo: recordemos la prohibición de “los blancos” con que antaño la prensa perseguida denunciaba la censura de este o aquel artículo. La segunda, críptica por naturaleza, rara vez descubre sus intervenciones de cara al exterior. Tiene que sobrevenir la crisis, del tipo del despido del colaborador o del responsable afectado, o de la recogida de la publicación (caso del semanario El Jueves por su portada irreverente contra los príncipes), para que el acto censorio quede al descubierto, y aun entonces el censor intentará cubrirse detrás de una cortina de humo, aludiendo a los intereses superiores de la empresa, a la deslealtad del excluido, o incluso, como le ocurriera en fecha reciente a una conocida periodista a quien le fuera aplicada hasta su despido la táctica del salami, escalonadamente, para salvar el mal efecto de una represión por intereses afectados por una crítica incómoda, proclamando que dicho cese había tenido lugar a petición propia. Al estar encuadrado el conflicto dentro del circuito de la comunicación, a la hora de llegar a la opinión pública, resulta obvia la ventaja del censor que actúa por instrucciones y bajo el amparo del propietario del medio.

2. La segunda mitad del siglo XX contempló el apogeo de las posibilidades de control de los medios desde el poder. Los movimientos totalitarios percibieron muy pronto la importancia de la imagen, en la medida en que se fundaron, tanto en la variante fascista como en la comunista, sobre la búsqueda de un tipo de adhesión más propia de la creencia religiosa que de las formas precedentes de configuración de la conciencia política. En las religiones políticas, el individuo se transforma en lo que la psicología social de la época llamó el hombre masa, dispuesto a participar en ceremonias cargadas de ritual y a seguir consignas antes que a tener ideas. La teatralidad se convirtió en elemento decisivo de la transmisión del mensaje político. El icono y el grito se impusieron sobre la palabra. De ahí el papel innovador de los totalitarismos en la creación de la imagen política, tanto en la vertiente de eliminación y deformación de un adversario satanizado, como en la de exaltación del líder carismático. El famoso Triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, sería el mejor ejemplo de esta modernidad perversa, pero también cabria traer a colación La línea general de Eisenstein. Ni qué decir tiene que la isegoría quedó totalmente borrada. Único límite: la construcción de la imagen cinematográfica llevaba tiempo, y ni siquiera el noticiario podía competir con la transmisión por radio del acontecimiento, y aquí faltaba la imagen.

Es lo que va a aportar la televisión, que muy pronto, y por sucesivos tanteos, cambió las reglas de la comunicación social y política. El debate protagonizado por John F. Kennedy y Richard Nixon en las elecciones presidenciales norteamericanas de 1959 suele ser citado como ejemplo de la primera vez en que la televisión desempeña un papel decisivo en la determinación de un resultado político. Lo cierto es que unos meses antes, el 16 de julio, ese genio de la comunicación que fuera Fidel Castro había dado ya el aldabonazo de convertir la televisión en palanca de poder, nada menos que ejecutando un golpe de Estado desde la pantalla, al conjugar su discurso crítico con la convocatoria de una movilización de masas, con el efecto inmediato de provocar la deposición del presidente Urrutia. La alocución televisada de Fidel........

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