Observar las ciudades y la vivienda desde el espacio público
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La vivienda es la piel de las ciudades, resguarda y, en el mejor de los casos, refleja las preocupaciones y el estilo de vida de sus habitantes. Por eso, sus cambios son olas concéntricas que repercuten a mayor escala. Las ciudades se metabolizan desde su componente más elemental: la casa. O, más frecuentemente, el edificio. Sin embargo, hoy en día la vivienda es pocas veces pensada para adecuarse a las necesidades de quienes la habitan, se pliega a la vorágine de la ciudad y a su urgencia de volver más eficiente el espacio para alimentar la especulación inmobiliaria.
Si observamos con atención, las viviendas llevan en sus estructuras las marcas de las regulaciones y legislaciones imperantes. En Tokio, por ejemplo, los impuestos prediales elevados dinamitaron las casas grandes –llamadas de primera generación– con jardín y garaje para convertirlas en una miríada de viviendas cada vez más pequeñas –segunda y tercera generación– que culminan en edificios de departamentos estrechos –de cuarta generación– con poca, por no decir ninguna, convivencia con el exterior. El hogar se vuelve entonces un espacio doméstico por excelencia: se evitan los encuentros con vecinos, se busca un semblante de individualidad en esos espacios confinados.
Los edificios se convierten en la meca de la contención de gente aislada, lo cual obliga a salir para reencontrarse con los demás. Sin embargo, en las grandes ciudades latinoamericanas, ese movimiento fuera de casa no se ha traducido en una mayor ocupación del espacio público –habitualmente desatendido, abandonado e inseguro–, sino en encuentros en ámbitos igualmente privados como restaurantes o bares, que le están prohibidos a aquellos sin el suficiente poder adquisitivo. A la par, el espacio público se volvió de........





















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