Kauka: Procuraduría de los Valencia-Iragorri versus curaduría del Salón Nacional de Artistas
I.
El 25 de noviembre de 2025, durante un acto del 47 Salón Nacional de Artistas, un busto de Guillermo León Valencia fue arrastrado por las calles de Popayán. No fue un acto de vandalismo espontáneo sino una acción performática meticulosamente documentada: el busto había sido derribado de su pedestal en una rotonda durante las manifestaciones del primero de mayo de 2021, salvado de terminar sus días fundido en una chatarrera por artistas del colectivo Minga Prácticas Decoloniales.
El escándalo mediático que siguió fue calculado y efectivo. Las autoridades, los poderes empresariales y políticos, las familias Valencia-Iragorri y un expresidente en su eterno apostolado convirtieron ese gesto final en el centro de la controversia. Sin embargo, este episodio debe entenderse como parte de una estrategia deliberada de distracción para desviar la atención de otros núcleos críticos del Salón. Por ejemplo: la obra instalada en el Museo Guillermo Valencia, donde la firma de Manuel Quintín Lame aparece reconstruida con alambre de púas.
El escándalo del busto funciona como cortina de humo para ocultar y censurar precautelativamente la potencia crítica de esas otras obras, para evitar que se vea el conjunto de acciones artísticas que cuestionan la estructura misma del poder heredado en el Cauca.
Mientras los medios se concentran en el drama del monumento derribado, la verdadera confrontación histórica —la firma cercada de Quintín Lame dentro de la casa simbólica de su perseguidor— queda relegada a un segundo plano. Esta operación de censura preventiva busca neutralizar el impacto de una obra que, al instalarse en el Museo Guillermo Valencia con alambre proveniente de la Hacienda de Sebastián de Belalcázar, hace visible la continuidad entre la violencia colonial y las estructuras contemporáneas del poder caucano.
II.
Para entender la potencia de lo que sucedió en Popayán durante el 47 Salón Nacional de Artistas hay que recordar quién fue Manuel Quintín Lame. Nacido en 1880 como hijo de terrazgueros en la Hacienda La Polindara, aprendió a leer y escribir durante su servicio militar en la Guerra de los Mil Días. Ese dominio de la escritura se convirtió en su herramienta de emancipación: estudió las leyes de manera autodidacta, se defendió en más de cien procesos judiciales, y tomó el derecho e hizo un uso contrahegemónico de la letra de la ley.
La historia se repite completa, aparato jurídico mediante. Guillermo Valencia persiguió, torturó y encarceló injustamente a Quintín Lame cientos de veces, una de ellas incomunicado durante un año con un grillete de 28 libras atado a los pies. El propio Lame dejó testimonio escrito de esa persecución:
“En el Juzgado Superior de Popayán, en el Juzgado Superior de Neiva y en el Juzgado Superior de Ibagué, tres Jueces terribles y vengativos unidos con los Gobernadores se afanaron extraordinariamente en perseguirme, unidos con los señores Jueces de todos los Circuitos, Jueces Municipales y Alcaldes. En Popayán gangrenaron las conciencias de los Jueces los doctores Miguel Arroyo Diez y el doctor Guillermo Valencia, en contra del sindicado Manuel Quintín Lame, por haber aprendido a pensar para pensar”.
Esa frase final —“por haber aprendido a pensar para pensar”— condensa la amenaza que representaba Lame para el orden establecido. No era solo un líder campesino reclamando tierras: era un intelectual indígena que había descifrado los códigos del poder para minar el poder. Lideró un movimiento que planteaba la recuperación de tierras, el fortalecimiento de los cabildos, el no pago del terraje y la defensa de la historia, lengua y costumbres indígenas. Su manuscrito “Los pensamientos del indio que se educó dentro de las selvas colombianas” constituye un ataque filosófico al capitalismo, con un carácter fuertemente mesiánico.
Quintín Lame se impregnó de la historia para conocer el poder del cacicazgo del pasado y redescubrió a Juan Tama, el cacique páez con más potencia simbólica dentro de la comunidad Nasa. Siguiendo su linaje, Lame encontró su ascendente directo en una genealogía de lucha, por eso decía: “yo soy hijo de las estrellas”. Se sentía el elegido, “El último de los caciques”, y en esa convicción configuró una firma que no era solo rúbrica legal sino declaración cosmológica.
III.
En el 47 Salón Nacional de Artistas, celebrado en Popayán entre octubre y noviembre de 2024, el colectivo Minga Prácticas Decoloniales —del que forma parte el artista caucano Edinson Quiñones— presentó una instalación en el Museo Guillermo Valencia que incluía la firma de Manuel Quintín Lame reconstruida con alambre de púas y con un trazo adicional que evoca el territorio en disputa. Pero no era cualquier alambre: provenía de la Hacienda de Sebastián de Belalcázar, comprada por el acaudalado empresario Ignacio Muñoz y posteriormente regalada en maridaje político al político Guillermo Valencia.
La firma de Manuel Quintín Lame no se ofrece como caligrafía, sino como herida. Tiene esa caligrafía propia del siglo XIX y termina en una filigrana que, en su caso, posee todas las características de un pictograma indígena. Cada letra parece resistirse a ser letra y prefiere volverse nudo, torsión, espina. La rúbrica—ese........





















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