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Los caballeros de La Herradura, por René Gastelumendi

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En los ochenta, la dinamita cambio la arena por las piedras. La arena nunca había logrado volver, ni siquiera cuando la gestión de la chalina verde lo intentó sin verguenza. La arena, como la “gloria” de antaño, nunca había vuelto, hasta enero de este año, donde, otra vez, la impertinente mano del hombre trató de intervenir la playa más linda de Lima tradicional. Esta vez han sido decenas de miles de cangrejos que perdieron su refugio, los que nos recordaron el hechizo de La Herradura, pero son un grupo de limeños amantes del surfing, sus guardianes permanentes. Camino a sus linderos, los botes y lanchas artesanales de la playa Pescadores asoman a lo lejos, anclados un poco más adentro de lo habitual, aunque sin más aspavientos que unos tumbos que apenas los zarandean. Luego hay que pasar, de costado, las instalaciones del club Regatas y seguir por la curva que bordea el Morro Solar. A un lado, aparecen sus faldas pardas y calcáreas mutiladas por la pista y, al otro, el muro de cemento, acantilado y mar.   

De la insufrible Lima solo queda una larga y sinuosa línea de edificios luchando contra la opacidad del cielo. Eso es, justamente, lo que más le cautiva de La Herradura: la paradoja de estar ubicada casi en la misma ciudad y que, no obstante, gracias a los cerros que la protegen de la amenaza de ser parte de ella, no ha perdido su exotismo. La Herra y el lujo de sus olas de clase mundial, frente a casa, cuando el mar está bravo, esperan solo a los tablistas que se atreven a surcarlas, a nadie más.

Antes de llegar hay que pasar por el “El salto del fraile”, donde dice una vieja leyenda que un sacerdote se suicidó por amor arrojándose al mar desde los peñascos. Después Caplina, la playita del barco hundido a la que, cuando era niño, iba de paseo con mis madre después de bañarnos en La Herradura. Entonces aparece, con el esplendor de postal que le da observarla desde lo alto del cerro, la escondida bahía en forma de herradura. Cuando el mar está bravo como hoy, al fondo, flotando en el mar azul con el sol de verano, el visitante puede divisar a los tablistas como decenas de puntos agrupados donde el morro termina. El lomo arenoso del enorme acantilado luce, como en todas las fotos de revista, el clásico logo de una marca nacional de trajes de surf- escrito con piedras que, por alguna extraña razón, resiste indemne el paso del tiempo con la........

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