Invocando el voto de castigo, por René Gastelumendi
Aumentarse el propio sueldo a casi el triple en un país con altos niveles de pobreza, informalidad, desnutrición, anemia infantil, crisis institucional, además de una economía en desaceleración, es una afrenta a la difícil realidad de la mayoría de los peruanos. Ubicarse, todo indica, en la segunda posición en Latinoamérica en el ranking de salarios presidenciales prueba, en plenitud, una lógica pervertida por el puro lucro que es imposible de respaldar (salvo que seas ministro sometido o congresista aliado y cómplice en parasitar al Estado). Sobran los silogismos para el cinismo post “Rolexgate”: describir el cortocircuito con la población, con la ética, con el bien común. A menos eficiencia, más emolumento. A menos logros, más premio. A mayor desaprobación, más plata. Cuanto peor es el servicio, más nos cobra. A más delincuencia, menos empatía.
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