Viudas de millonarios y huérfanos de paz
La semana pasada se conmemoró, con tristezas y arrepentimientos, el 80º aniversario de la finalización de la Segunda Guerra Mundial. Todos sabemos del sacrificio: entre 70 y 85 millones de muertos, la devastación de la bomba atómica, el genocidio religioso y las hambrunas derivadas de la revolución china. Nada de aquello permite sentirse parte de una especie “superior”. También sabemos que el 14 de agosto de 1945 el Imperio de Japón aceptó una rendición incondicional ante las Potencias Aliadas.
Como suele ocurrir con las desgracias, todo comenzó con agresiones amparadas en justificaciones retorcidas para legitimar alguna posición: Alemania contra Polonia; Japón contra la colonia británica en Singapur y, después, contra Estados Unidos. Vale recordar que los japoneses ya habían invadido Manchuria en 1931 y a la propia China en 1937.
Estas agresiones entre países estaban proscritas por el Pacto Kellogg-Briand de 1928, principios luego reafirmados por la Carta de las Naciones Unidas. El mandato es........
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