Vestida de rojo intenso, tirando a naranja, con el flequillo de mechas rubias cubriendo su frente marchita, Begoña Gómez reaparecía esta semana con voz suave, acento de extrema dulzura y expresión modulada de apariencia fingida en modo presunción de inocencia. Imagen y consigna: estoy imputada pero soy inocente. Sin la protección del santo varón, Begoña se exhibía inasequible al desaliento mientras desde la mesa del Consejo de Ministros se desacreditaba al juez Peinado, su bestia negra de toga “prospectiva”, atrevido “prevaricador” potencial por llevarla al juzgado y tomar declaración al marido presidencial en la mismísima Moncloa. Esta foto de soledad de Begoña no era la instantánea con atrezzo de Almodóvar ni el bulo de Anne Hathaway. Era un solo de Begoña en crudo encarnado de blanco pantalón; el reloj del tiempo que se agota en su muñeca derecha mientras con la izquierda pasa el cepillo de la captación de fondos.

Begoña titubeó un discurso para buscar alumnos despistados de la Complutense o de donde fuere a los que enseñar a recaudar para las ONG (Organizaciones No Gubernamentales) siendo ella, como es, juez y parte de lo gubernamental. El acto se celebró en Caixa Fórum Madrid, que financió alguna de sus andanzas académicas de catedrática sin título, si bien esta vez no........

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