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Una muerte inesperada
Lucas nunca había cuidado de nuna adie. Ni siquiera de sí mismo.
En una ocasión le encomendaron vigilar a su prima pequeña, de apenas un año, mientras ella dormía la siesta. Y Lucas, aterrado, se quedó allí de pie, mirándola. Contando los segundos entre cada respiración. Vigilando los dedos. Los lunares en forma de trapecio.
Ahora confiesa que fueron las dos peores horas de su vida.
(Y eso teniendo en cuenta que lo obligaron a ver “Waterworld”.)
Sin embargo, la soledad del dormitorio de hijo único le fue encogiendo el pecho para adentro. Un poco el humor. Un mucho el amor.
Vivía en un piso pequeño con su madre. Con su padre solo algunas veces, casi........
© La Región
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