Los canillitas, “pícaros” pregoneros de titulares
Era una realidad tozuda. Bueno…, lo era y lo es. Lamentablemente, el trabajo infantil aún, en la actualidad, es una plaga social; en especial, en los países en vías de desarrollo. Algunos de estos Estados afrontan aquella trágica lacra, todavía, con un espíritu renacentista que recuerda al que, en 1534, había iluminado a Carlos V. “Los niños y niñas -legislaba respecto a la infancia- que anduvieren pidiendo sean puestos a oficios con amos, y si tornaren a pedir, sean castigados”. Evidentemente, semejante disyuntiva solo les dejaba a los infantes, como alternativa a la mendicidad, ganarse la vida.
En aquel escenario, un par de décadas más tarde, nacía el Lazarillo; un niño que aprendió a trabajar, antes que, a jugar. Lo desolador fue que, aquel ser literario, por generaciones, en las sociedades más vulnerables, se convirtió, con distintas caras, en un personaje cotidiano del engranaje social. Para ellos la propia vida era una escuela de Estoicismo. Y, si hay una figura que representa la grandeza en su enorme pequeñez, en las primeras décadas del siglo XX, esta, sin duda, es la de los “canillitas”. El nombre, lunfardo, hacía referencia a las piernas delgadas que tenían los vendedores de periódicos en América.
Si bien el “gremio” no solo estaba formado por niños, el porcentaje de ellos, en el sector, era, mayormente, infantil. La media de edad, con la que comenzaban a portar........
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