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Miguel Méndez Fabbiani: ¿Qué hará Trump en Venezuela?

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03.11.2025

En las nieblas de la diplomacia contemporánea, donde el trueno de los misiles se disfraza de susurros en salas foráneas, Estados Unidos ha perfeccionado una doctrina diplomática y militar que evoca los añejos arsenales de la guerra decimonónica: la “guerra a cuenta gotas”.

No es la embestida frontal de una guerra justa y declarada, esa que tanto anhelaban los teóricos renacentistas, sino un goteo inexorable, un “drip-feed” de incesantes presiones graduales que erosionan la cohesión interna de un régimen adversario hasta que colapsa bajo su propio peso. En Venezuela, esta táctica se despliega con maestría quirúrgica, orquestada desde los pasillos del Pentágono y la Casa Blanca, con el objetivo de desmantelar el eje narco-autoritario que orbita en torno al narco capo Nicolás Maduro. Hemos presenciado cómo esta metodología, fusionada con la “teoría del loco” y ecos reminiscentes de la diplomacia de cañoneras, transforma la geopolítica caribeña en un complejo ajedrez de imprevisibilidad calculada.

Para comprender esta ofensiva velada contra El Cártel de Los Soles, es imperativo desentrañar la “teoría del loco”, un constructo de la política exterior que remite a la convulsa era nixoniana, aunque sus raíces se remontan en el maquiavelismo renacentista. En 1517, Nicolás Maquiavelo, en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio (Libro III, Capítulo 2), postuló que “muy sabio es a veces simular la locura”, una simulación de la locura que desarma al adversario al hacer creíbles amenazas que, en manos racionales, parecerían suicidas.

Richard Nixon, asesorado por el gran Henry Kissinger, elevó esta premisa a doctrina estratégica durante la guerra de Vietnam. La premisa central es diáfana: en una era de destrucción mutua asegurada (MAD, por sus siglas en inglés), las admoniciones de un líder previsible se disipan como niebla; pero si el príncipe proyecta algún grado de irracionalidad, un supuesto furor desbocado, con el dedo en el botón nuclear, las demandas se tornan ineludibles. Como le confío Nixon a su jefe de gabinete H.R. Haldeman en 1969:

“Quiero que los norvietnamitas crean que he llegado al punto en que haría cualquier cosa para detener la guerra… que Nixon está obsesionado con el comunismo y no podemos contenerlo cuando está enfadado”.

La alerta secreta de octubre de 1969, la “Prueba de Preparación del Estado Mayor Conjunto”, culminante en la Operación Lanza Gigante, donde dieciocho B-52 cargados de ojivas termonucleares rozaron la........

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