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Luis Alberto Perozo Padua: El jeque que bailaba salsa y firmaba cheques sin fondo

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10.07.2025
Alá Al Fadilli Al Tamini

Durante tres semanas, un supuesto príncipe árabe deslumbró a empresarios, modistas, banqueros y políticos en la capital venezolana. Bailaba salsa en el Tamanaco, prometía inversiones millonarias y firmaba cheques falsos. Nadie sospechaba que se trataba de un estafador internacional perseguido por la Interpol. Al marcharse, solo dejó una frase: “Dígales a mis amigos que pronto volveré”

En julio de 1982, la habitación 5003 del Hotel Tamanaco, una “Junior Suite” de 420 bolívares por noche, fue testigo silencioso de una de las estafas más extravagantes de la historia venezolana.

Durante los primeros cinco días, el huésped —alto, moreno, elegante y con voz grave— caminaba solo por los pasillos. Hablaba un inglés fluido con cierto acento latino, cargaba fajos de billetes en bolívares y dólares, y sonreía con naturalidad a todo el que lo saludaba. Se hacía llamar Alá Al Fadelli Al Tamini.

Pronto llegaron dos amigos rubios desde Boston, uno de ellos de apellido Fortuchi, invitados por el mismo jeque a través de Pan Am. Se hospedaron en la habitación contigua.

Fue uno de ellos quien, en voz baja, con aire de importancia, reveló en la recepción: —Es un jeque de los Emiratos Árabes Unidos. Tiene muchos contactos en Venezuela. Quiere invertir en grande.

El rumor encendió las pasiones. Caracas, ciudad propensa a la exageración, comenzó a ver en ese huésped un mesías financiero. En pocos días, joyeros, banqueros, políticos e inversionistas lo buscaban.

Querían invitarlo a sus clubes, a sus fincas, a sus mesas. Lo llevaron a Canaima, Guayana, Mérida y Valencia. Los fines de semana viajaba a Aruba. Vestía con distinción. Lucía túnicas de lino, trajes hechos a la medida y un reloj Cartier de oro, brillante como una promesa.

Según se decía, el jeque había venido con intenciones grandiosas: invertir millones en la banca venezolana, adquirir participación en el negocio petrolero y apostar por empresas de minería nacional. Su llegada despertó expectativas en los círculos financieros, que lo recibieron como a un magnate dispuesto a transformar sectores clave de la economía.

Llegó a Caracas como invitado del empresario Juan Manuel Mezquita, dueño de explotaciones auríferas en la región de Guayana. Ambos se habían conocido poco tiempo antes en Curazao, donde el magnate venezolano quedó cautivado por el encanto y la supuesta opulencia del visitante árabe.

Para deslumbrar a sus incautos........

© La Patilla