La otra cara: “El golpe contra João Goulart: La sombra de la Guerra Fría sobre Brasil” Por José Luis Farías
31 de marzo de 1964, Brasil despertó con el peso de una sombra que se cernía sobre su futuro, una sombra que no era más que el golpe de Estado que cambiaría su destino. Como un gigante que, sin previo aviso, se veía arrastrado por los vientos helados de la Guerra Fría, ese Brasil que parecía tan ajeno a los huracanes políticos que atravesaban América Latina, se vio de repente sumido en la tormenta. Fue un día cualquiera, sí, pero también el día en que el futuro dejó de ser una promesa y se convirtió en una condena.
Lo que siguió a esa mañana fue el temblor de los movimientos militares que, como serpientes deslizándose en la oscuridad, se unieron con precisión para derrocar a João Goulart, el presidente que había prometido un Brasil diferente, y abrir paso a una dictadura feroz, implacable, que no solo se aferraría al poder durante más de dos décadas, sino que transformaría al país en una cárcel de silencio.
Brasil entraba en un túnel oscuro, el túnel de la represión, y no era un túnel cualquiera, sino uno que se levantaba como un muro con el pretexto de detener al comunismo, pero en el que la libertad se desvanecía y la vida política quedaba bajo llave.
En “1964: O golpe militar no Brasil”, Carlos Fico no deja lugar a dudas: el golpe no fue solo la interrupción de un proceso democrático, sino el comienzo de una nueva etapa autoritaria, cuyas raíces se encuentran tanto en los sectores conservadores internos como en la intervención externa. “El golpe de 1964”, afirma Fico con rotundidad, “fue un momento de ruptura histórica, que marcó la transformación de un régimen democrático en una dictadura militar, impulsada por la voluntad de sectores conservadores y por la intervención externa.” Un golpe, por tanto, no solo nacido de las luchas internas de Brasil, sino también alimentado por el clima tenso y polarizado de la Guerra Fría. La inestabilidad política y social de Brasil sirvió como el caldo de cultivo perfecto para una intervención extranjera, principalmente de Estados Unidos, que temía que el país cayera bajo la influencia del comunismo. La historia de Brasil no solo estuvo marcada por las tensiones internas, sino también por las poderosas dinámicas internacionales que, como una sombra constante, tejieron el destino del golpe.Como tantas veces ha ocurrido, la historia no se escribe solo desde dentro, sino que también se decide desde fuera. Y en este caso, la intervención de las grandes potencias fue tan determinante como la voluntad de las élites brasileñas, que, con el respaldo de la fuerza militar, sellaron el destino del país en aquel fatídico 1964.
“Entre la Inestabilidad Interna y la Intervención Externa”
El Brasil de 1964 era un país al borde del abismo, sumido en una crisis política y social que parecía imposible de resolver. Un país partido en dos, con una creciente polarización ideológica que calaba hondo en sus entrañas. Un Brasil donde las élites tradicionales se sentían amenazadas por las demandas de las clases populares, donde la inestabilidad económica se sumaba a las tensiones internacionales, creando el caldo de cultivo perfecto para la desestabilización. La desconfianza lo empapaba todo, y el golpe de Estado, aunque aún no se había materializado, estaba ya en el aire, flotando como una amenaza latente. Lo sucedido no era algo inesperado; se venía anunciando desde hacía tiempo, en pequeñas manifestaciones ostensibles, en el creciente descontento, en los rumores, en las maniobras a puertas cerradas. La salida de fuerza se presentaba como la solución más fácil, el camino más corto para sofocar el avance de las luchas populares y frenar lo que muchos consideraban una amenaza inminente.
João Goulart había asumido la presidencia en 1961, un hombre elegido en circunstancias difíciles, tras la sorpresiva renuncia de Jânio Quadros. Su gobierno, en un principio, fue visto por muchos como una solución provisional, un paréntesis en la historia del país, un respiro momentáneo que parecía haber sido respaldado por las masas. Con una orientación progresista y vínculos estrechos con los sindicatos y los movimientos laborales, Goulart se lanzó a la tarea de implementar reformas largamente esperadas, como la reforma agraria y la nacionalización de industrias clave. Sin embargo, esas reformas, que para muchos eran un signo de justicia social y equidad, no fueron bien recibidas por las élites brasileñas. De hecho, fueron recibidas con un rechazo feroz por parte de las grandes corporaciones, del ejército, y de la iglesia, siempre dispuesta a alinear sus intereses con los de los poderosos. Para esos sectores, Goulart se convirtió en una amenaza: no solo a su estatus quo, sino a su propia existencia como clase dominante. El país, en su contradicción permanente, se encontraba entonces atrapado entre el anhelo de un futuro más justo y el miedo a lo que ese futuro podría significar para aquellos que habían controlado Brasil durante tanto tiempo.
El gobierno de João Goulart, desde su llegada al poder, se vio atrapado en una red de inestabilidad que parecía cerrar cada vez más sobre él, una inestabilidad que no solo era producto de las luchas internas de Brasil, sino que se veía reflejada en el panorama global de la Guerra Fría. En Brasil, como en muchos otros rincones de América Latina, la lucha ideológica entre el capitalismo y el comunismo se había convertido en una cuestión de vida o muerte, y Goulart, con sus reformas progresistas y su cercanía a los movimientos populares, fue percibido por muchos como una figura de izquierda peligrosa, una amenaza directa no solo para las élites brasileñas, sino también para los intereses internacionales, sobre todo los de Estados Unidos.
La Guerra Fría, ese enfrentamiento global que marcó el siglo XX, jugó un papel decisivo en la política brasileña. Estados Unidos, bajo la administración de Lyndon B. Johnson, veía en Goulart y en sus políticas un potencial para que Brasil cayera en la órbita del comunismo, algo que, en un contexto ya tenso con Cuba y en medio del avance de las ideologías de izquierda en América Latina, resultaba intolerable para Washington. A pesar de que Goulart no era comunista, su política de apertura hacia los movimientos populares y sus reformas estructurales, que tocaban las bases mismas del poder económico y social, fueron vistas con desconfianza en la Casa Blanca.
Elio Gaspari, en su obra “1964: O golpe de Estado”, describe cómo esta preocupación por el avance del comunismo fue lo que impulsó a Estados Unidos a intervenir en los asuntos internos de Brasil, apoyando abiertamente el golpe de Estado. A través de la llamada “Operación Brother Sam”, Estados Unidos no solo mostró su apoyo diplomático a los golpistas, sino que también proporcionó recursos materiales y financieros para desestabilizar el gobierno de Goulart. Mientras las tensiones crecían en Brasil, la intervención estadounidense no hizo más que aumentar la polarización interna, debilitando aún más al presidente, quien........© La Patilla
