Ángel Rafael Lombardi Boscán: Harakiri (1962), no hay honor sin humanidad
“Nuestras vidas son como las casas, construidas sobre cimientos de arena. Un viento débil significa el fin”.
No hay que ser muy sesudo ni mucho menos marxista o historiador para concluir que la Historia es un asunto entre los buenos y malos; entre los de arriba y los de abajo; entre los ricos y pobres. Así de sencillo. Que hay matices y zonas grises: obviamente.
Desde la ambigüedad del menosprecio los órdenes sociales se manifiestan como pulcros y normales. En realidad, es una vida social caótica y sólo con destellos de felicidad. El individuo es una pieza anónima de un puzle sin resolución. Razón por la cual la imaginación nos protege de la desgracia.
Para unos pocos es una imaginación creativa y liberadora, para la mayoría, las habas se cuecen dentro de su propia alineación soportando las miserias de unas vidas tristes. Razón por la cual el Poder controla y castiga; somete y engaña; traiciona y humilla. La finalidad siempre es una sola: preservarse de cualquier rebelión que cuestione su primacía.
Los desventurados de la Tierra, sin padrinos ni riquezas, entonces recurren a Dios Salvador. O al ritual religioso que ayuda a disimular los miedos y penurias. El harakiri japonés es uno de esos rituales donde el dolor físico extremo se convierte en epifanía espiritual. Un medio de control social.
“Seppuku es muerte honorable o suicidio ritualista por destripamiento que sólo puede ser llevado a cabo por un samurái. Hara-kiri significa cortar el estómago en japonés donde la palabra hara se refiere al estómago y kiri se refiere al corte”.
“La costumbre del seppuku se remonta al Siglo XII como medio exclusivo para las clases altas y samuráis para expiar crímenes, recuperar el honor perdido o evitar capturas vergonzosas. Cuando se ejecutaba correctamente, el seppuku se consideraba la forma más noble de morir para un samurái y, según relatos de testigos........
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