El milagro de la calle Cristo
Imagen en blanco y negro de la calle Cristo de la Epidemia, hace varias décadas. / L. O.
La semana pasada escribía sobre el drama que algunos montaron porque iban a abrir un McDonald’s en el barrio de la Trinidad. Un drama, sí, de manual. El llanto colectivo porque donde antes había un bar de los de toda la vida, de esos que huelen a fritura, vino y serrín, ahora habrá una hamburguesería de cadena rápida. La tragedia moderna. Pero nadie parece recordar que ese bar cerró porque su dueño se jubiló, o porque ya no era rentable, o simplemente porque nadie quiso coger el testigo. Nadie apostó. Nadie arriesgó. Y claro, cuando no hay quien arriesgue, la vida pone lo que haya: una multinacional, una franquicia o un cartel de ‘Se vende’.
La vida también va de eso: de apostar. De arriesgar. De perder y de ganar. Pero sobre todo, de intentarlo. Vivimos en una sociedad en la que la queja es de obligado cumplimiento. Todo el mundo se lamenta, pero pocos mueven un dedo. Y luego están los que sí hacen algo: los que persiguen su sueño, que no siempre es montar un negocio o inventar algo nuevo, sino algo tan simple como aprobar una oposición y conseguir el puesto de funcionario. Funcionarios felices porque, aunque ganen poco y hagan un trabajo gris, lo hacen con la seguridad de que nadie los moverá de ahí ni con un terremoto. Son los que viven en la zona de confort definitiva: el sueldo fijo, el horario fijo y la vida fija.
Pero hay otra........
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