Dentro de su jaula, acaban de soltar a un pollo vivo. El ave no corre, ni emite sonido alguno, pareciera sentarse con serenidad sobre la tierra a esperar. Prince sale de su escondite y se acerca lentamente: tiene el pelaje brillante, que va del amarillo al naranja rojizo, con patrones negros en forma de rosetas, mucho más grandes que las de su pariente, el leopardo. Con sus patas toquetea su presa unos segundos, como si jugara, el ave de pronto cacarea y agita las alas intentando escapar, pero es inútil: Prince le muerde la cabeza y se la lleva tranquilamente hasta lo alto de un tronco dentro de su jaula de diez metros cuadrados. Recostado con su almuerzo entre las patas, en medio de crujidos de huesos que se rompen, muy pronto el hocico se le llena de plumas blancas y de sangre.
“¡Antes este no era así! Cuando le daba el pollo vivo, ni sabía cómo cazarlo, más bien lo acariciaba. He tenido que matar al pollo frente a él para que entendiera que es su comida”.
Gudrun Sperrer es una austriaca de 64 años, asistente social de profesión, delgadísima, anteojos de medida, el pelo rubio recogido en una cola y la piel pecosa quemada por el sol. Desde cierto ángulo, tiene un parecido a Jane Goodall. Es la fundadora de Pilpintuwasi, un mariposario —eso significa su nombre en quechua: “casa de las mariposas”— que desde hace más de 20 años funciona como centro de rescate de fauna silvestre: un predio de 18 hectáreas de selva en Padre Cocha, una comunidad de familias indígenas bora y kukama, a 20 minutos en bote desde Iquitos, surcando el Nanay, en la selva norte de Perú. Es aquí donde Prince pasa sus días. Alimentarlo de esa forma, dice Gudrun, soltándole a veces un pollo vivo (o dándole cuatro kilos de carne de res cruda) al día es una manera de “reentrenar el instinto cazador” de un jaguar que estuvo 15 años encerrado en una pequeña jaula de cemento.
Mientras esperamos a que el jaguar acabe su almuerzo, Gudrun cuenta que dedicar su vida a animales como Prince ha sido su “razón de ser” desde que llegó a la Amazonía a inicios de los años 80. Entonces vivía con una familia que criaba pollos y cerdos, cerca del río Nanay. Se ganaba la vida vendiendo artesanías y enseñaba inglés en una escuela del pueblo. Le decían “la gringuita”. Luego volvió a Viena para ser voluntaria en el mariposario del zoológico de Schonbrunn, algo que le fascinó, pero la selva nunca salió de su mente. Por eso, cuando en 1995 volvió una segunda vez a Perú, uno de los países con más diversidad de mariposas del planeta (al menos 3700 especies, el 20 % del total mundial), decidió crear Pilpintuwasi, cuyo terreno pudo comprar con la herencia de su madre.
No fue hasta el año 2001 que su mariposario abrió sus puertas a un primer jaguar rescatado. Se llamaba Pedro Bello y llegó dentro de una caja de frutas, siendo solo un cachorro, con el cuerpo lleno de gusanos. Gudrun lo cuidó lo mejor que pudo hasta 2024, cuando murió de un infarto. “A las dos semanas de que Pedro Bello muere, me llaman, me dicen: ‘Ahora que tienes una jaula vacía, ¿no quieres recibir otro jaguar?’”, cuenta la experta en mariposas. Al principio se opuso a la idea. Luego, lo pensó mejor.
Cuando Gudrum fue a ver el lugar donde tenían a Prince (en ese momento se llamaba Otto por “otorongo”, como le llaman la mayoría de peruanos al jaguar, luego la mujer que dona dinero para alimentarlo le cambió de nombre), este casi no se movía, pesaba apenas 50 kilos (casi la mitad de su peso promedio), se le veían las costillas, estaba deshidratado y tenía problemas en los riñones. Desde cachorro, y durante los siguientes 15 años, Prince había vivido recluido en una celda de cemento de dos por cinco metros, como la mascota de Iván Vásquez Valera, exgobernador de Loreto. El lugar se llamaba Granja 4, un local turístico privado donde el político en cuestión celebraba fiestas y cumpleaños con piscina, cerveza y música en vivo hasta la madrugada.
A Prince le habían cortado la punta de las orejas, tenía los incisivos gastados y le faltaban algunas garras, como si hubieran intentado domesticarlo a la fuerza, hasta convertirlo en un gato grande e inofensivo. Cuando Vásquez fue encarcelado por corrupción, Prince pudo ser rescatado en marzo de 2024 gracias al trabajo conjunto del Gobierno Regional de Loreto, las autoridades aduaneras y la ONG Panthera. Además, los vigilantes del lugar (que lo habían alimentado con fetos de animales) ya no sabían qué hacer con él. Gudrun cuenta que cuando por fin lo llevaron sedado a Pilpintuwasi, Prince apenas tenía la voluntad de comer. Solo andaba en círculos, como aturdido, sobre el único pedazo de suelo de cemento que había en su nueva jaula, como si tuviera temor de posar sus patas sobre la tierra de la selva.
La austriaca Gudrun Sperrer es asistenta social de profesión, experta en mariposas y fundadora de Pilpintuwasi, donde se encarga de cuidar de Prince, además de otro casi centenar de animales rescatados. Foto: Max Cabello
Perú alberga la segunda población de jaguares más grande de Sudamérica. Si Prince hubiera permanecido en la selva en la que nació, formaría parte de esa estadística positiva: libre en el bosque tropical, sería el animal dominante de su hábitat. Un cazador solitario y oportunista que acecharía a sus presas cuando el sol apenas se levantara o cayera sobre el horizonte, las sorprendería y saltaría sobre ellas (jaguar, en lengua guaraní, significa “el que mata de un salto”) y las mordería en el cuello hasta asfixiarlas o perforarles el cráneo con esos colmillos que pueden destrozar caparazones de tortugas. Treparía a los árboles para descansar, o se llevaría a sus presas grandes (aves, serpientes, monos, venados, tapires, sajinos) para que no le arrebataran lo suyo. Así, gobernaría entre 20 mil y 100 mil hectáreas de territorio, el hábitat que necesita para obtener su alimento y refugio.
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