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Ecologismo y espiritualidad en el andalucismo de Blas Infante

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25.09.2024

La manera predominante de entender el mundo es el resultado de una mirada que se inaugura en el siglo XVI; es la mirada de ese sujeto privilegiado de la modernidad que es el hombre, blanco, heterosexual, del Norte, perteneciente a una élite económica y de poder. Ahí está el origen de una cosmovisión en la que la noción de naturaleza está sostenida por cuatro pilares o soportes ideológicos: el dualismo cartesiano, dos fantasías, la de la ingravidez y la de la individualidad, y la idea occidental de la condición humana. Una breve referencia a cada uno de estos cuatro soportes ideológicos.

Como es sabido, la concepción dualista del mundo separa sociedad y naturaleza, individuo y sociedad, mente y cuerpo, razón y emoción, o, para las personas, “nosotras” y “ellas”, de manera que los segundos términos se consideran siempre por debajo, inferiores y al servicio de los primeros. La idea de naturaleza sometida tiene sus primeros precedentes en los relatos bíblicos que situaban al hombre como rey de la creación en un universo concebido a su servicio. Ya en el siglo XVII, la modernidad para Descartes “nos restituye como amos y señores de la naturaleza” (Discurso del método). Desde esta “racionalidad”, la mente convirtió a la naturaleza, a los no humanos, en objetos cuyo funcionamiento se asimilaba a una máquina. Una realidad muerta con un valor puramente utilitario recogida bajo la denominación de “recursos naturales”. Desde esta mentalidad, alimentada por el deseo de conquistar y someter, la naturaleza se convierte en un botín, en una mercancía disponible para su apropiación y explotación sin límites.

Esta naturaleza también comprendía en sentido amplio a seres que por ser vistos como muy cerca del mundo natural no podían considerarse plenamente humanos, y así se justificó, en el origen, el racismo y la esclavitud y se reconfiguró la condición de inferioridad “natural” de las mujeres, “naturalizándose” también la condición subalterna de los pueblos colonizados.

Estas dos inferiorizaciones, la de la mujer y la de los pueblos sometidos del Sur Global se vieron reforzadas desde la noción de sistema económico, que por una parte deja a la esfera doméstica fuera de lo “productivo”, de lo monetario –los cuidados no tienen valor monetario, que en este orden gobernado por lo económico es equivalente a decir que no tienen valor–, y por otra, con graves repercusiones en los pueblos del Sur, dedicados a exportar naturaleza, considera producción lo que es mera extracción de riqueza que ya la naturaleza ha producido.

La noción de sistema económico, estudiada con hondura por José Manuel Naredo, concibe a la economía como: 1) Un sistema cerrado, aislado en el universo de los valores monetarios, desconectado del entorno físico y social; de manera que los objetos económicos se supone que nacen y se extinguen con sus correspondientes valores monetarios. 2) Un sistema equilibrado, en elque lo que entra –el valor monetario añadido–, es igual a lo que sale – el valor monetario liquidado mediante el consumo–. 3) Un sistema lineal, en el que los llamados “recursos” terminan convirtiéndose en residuos. Estos principios se sitúan en las antípodas de aquellos con los que funciona la naturaleza, donde los ecosistemas son abiertos –intercambian energía y materiales con su entorno–, desequilibrados, sujetos a la flecha unidireccional del tiempo –ley de la entropía–, y circulares, cerrando los ciclos y transformando los residuos en nuevas reservas orgánicas. Leyes y lógicas ajenas, opuestas a las del enfoque económico ordinario; de modo que la gestión de esa naturaleza separada de lo humano con reglas contrarias a aquellas por las que se rigen los ecosistemas asegura el conflicto entre economía y ecología.

La fantasía de la ingravidez hace referencia al resultado de considerar la economía como una esfera autónoma en la que solo se utiliza la vara de medir del dinero, confundiéndose la “creación” o “producción” de riqueza con la aparición de valores monetarios. De esta forma se invisibiliza su dependencia de la naturaleza y también los límites que ésta y la sociedad imponen a su expansión, dándose a entender y propiciándose que se actúe como si la economía no estuviera anclada a la tierra, como si no tuviera repercusiones físicas y sociales, como si lo económico fuera una esfera que flota en ese universo dinerario que se presenta como autosuficiente y aislado.

Esta cosmovisión incluye también la fantasía de la individualidad, concibiéndose cada ser humano como una instancia aislada, independiente y autónoma. De modo que, desde la mente, considerada como núcleo esencial de lo que somos, se niega nuestra interdependencia. Se oculta la importancia de lo relacional, la trascendencia de los vínculos y las emociones, sobre todo las asociadas con los afectos y los cuidados, que se suponen propios de esos dos ámbitos inferiorizados e invisibilizados como sujetos completos que son las mujeres y los pueblos sometidos del Sur.

En esta manera de entender el mundo, la naturaleza humana se presenta regida por el interés propio: el egoísmo, la ambición, la codicia, la avaricia, la agresividad, “naturalizándose” así la inclinación al mal del ser humano. Una noción de naturaleza humana a la que el antropólogo Marshall Shalling calificó de “perversa y equivodada”, de “ilusión occidental”, que sirve, entre otras cosas, para justificar la existencia de un poder represor del que se encarga al Estado y a otras instituciones. Desde esta visión, rasgos de comportamiento que en otras culturas se veían como patológicos y reprobables se presentan ahora como algo que se supone que termina reorientándose en favor del bien común. De modo que, como señala Naredo, “el afán individual de acumulación de riqueza y de dinero pasó de ser una lacra social a convertirse en algo que beneficia a todos”. Los vicios individuales se transmutan en virtud colectiva, “propiciándose así conductas depredadoras fuente de deterioro ecológico y polarización social”.

Lo expresado hasta aquí podría sintetizarse en dos consideraciones:

1) Mientras usemos estas gafas para entender y hacer funcionar el mundo, el conflicto entre ecología y economía es un conflicto sin solución. Es lo que nos dice también la experiencia: discursos y preocupaciones “medioambientales” que tienen un carácter puramente ceremonial, mientras el deterioro ecológico se va intensificando con el tiempo. Especialmente en las realidades del Sur, como Andalucía, dedicadas en su especialización subalterna a exportar naturaleza a cambio de una muy........

© La Marea


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