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Doñana y el campo andaluz

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12.03.2024

Las amenazas que padece Doñana y su entorno son las mismas que soporta el resto de Andalucía como consecuencia de su dedicación primaria y subalterna: agricultura intensiva, minería a gran escala y turismo de masas, actividades que suponen un uso intensivo y una degradación de su patrimonio natural a cambio de condiciones de trabajo lamentables con una muy escasa remuneración. Esta trilogía marca de manera fundamental las condiciones en las que la vida se desenvuelve, en Doñana y en Andalucía. Una vida atravesada, desde eso que algunos han llamado “la maldición de la abundancia”, por la condición de objeto del deseo y afán de dominación y de apropiación de riqueza ejercidos desde el Norte sobre muchos pueblos y economías del Sur. Doñana es un símbolo, una encarnación de la depredación a la que vienen siendo sometidos un territorio y un pueblo, con cómplices, beneficiarios y responsables fuera y dentro de la propia Andalucía.

De modo que la sequía y el cambio climático han venido a agravar una situación que ya existía y que tiene que ver con lo que muchos agricultores andaluces en otros tiempos hubieran considerado “un contradiós”, utilizando una expresión usada en algunos pueblos andaluces: hemos aceptado la dedicación de la zona más árida de Europa a la actividad económica más consumidora de agua, la agricultura intensiva para la exportación; y a otras dos actividades que también requieren grandes cantidades de agua: el turismo de masas y la extracción minera a gran escala.

La agricultura intensiva de exportación implica una dedicación crecientemente devoradora de “recursos”, al requerir, de manera permanente, mayores rendimientos por hectárea desde la idea – el “contradiós” al que me refería antes-, de que la naturaleza está ahí para explotarla, a nuestra entera disposición, y se le puede forzar sin límites por encima de su capacidad de autorreproducción.

La clave de esta exigencia continua de elevar los rendimientos por hectárea –y en consecuencia de intensificar la degradación de nuestro patrimonio natural– viene dada por ser esta agricultura intensiva de exportación el eslabón más débil de una cadena gobernada por megacorporaciones de los agronegocios; una cadena dentro de un sistema agroalimentario globalizado que tiene su centro de gravedad en las grandes corporaciones de la distribución, que controlan el acceso a los mercados por el lado de las ventas, a lo que hay que añadir el grupo de transnacionales que gobierna las compras que requiere la agricultura. Gigantes ajenos y lejanos a Andalucía que desde su poder corporativo modulan las condiciones de forma, ritmo, cantidades y precios bajo las que tiene lugar la extracción y apropiación de valor monetario generado en los campos andaluces. Una arquitectura construida no para satisfacer necesidades alimentarias sino para alimentar la expansión y la acumulación de capital, de riqueza y de poder de esos grandes imperios alimentarios.

El resultado del poder de estos gigantes del agronegocio se traduce en márgenes tendencialmente decrecientes para los agricultores. Se tienen cifras para el caso de Almería que nos dicen que el precio percibido por un agricultor por cada kg de mercancía “fabricada” está cerca de la mitad, en términos “reales”, del que percibía en 1975, hace casi 50 años. Eso significa que ahora, para obtener los mismos ingresos por hectárea, la extracción de biomasa tendrá que ser el doble. Mientras tanto, los costes del paquete tecnológico –semillas, fertilizantes, fitosanitarios y otros ingredientes– no ha dejado de crecer.

Para compensar este descenso tendencial de los márgenes los agricultores tienen dos mecanismos a los que acudir: la intensificación de la producción (kilos por hectárea), forzando la explotación de la naturaleza, y la sobreexplotación de la mano de obra que trabaja en el sector. De modo que este es un modelo que, en su evolución, a medida que la presión sobre los márgenes va aumentando, conlleva el crecimiento de sus costes sociales y ecológicos.

A través del mecanismo de los precios se consuma así en estas plataformas agroexportadoras, hortofrutícolas y olivareras, una apropiación de riqueza –de tiempo (de trabajo) y de espacio (patrimonio natural)–, transferida a las economías centrales. Aunque este intercambio desigual se presente desde la economía convencional como resultado del “libre” juego del mercado, ocultándose de esta forma las relaciones de poder y los mecanismos encubridores que la economía convencional utiliza para invisibilizar el despojo. Apropiación de riqueza que se ve intensificada por la competencia entre áreas extractivas a escala mundial para abastecer las necesidades de un capital global que utiliza el conjunto del planeta como unidad de operaciones.

Un expolio que no es evitable dentro de las reglas del juego de este sistema económico; porque las grandes corporaciones que gobiernan la cadena alimentaria necesitan conseguir el mayor aumento del valor de........

© La Marea


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