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Otros opios del pueblo

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En las condiciones de la miseria histórica de los pueblos, pocas estructuras han tenido el poder de codificar, retener, amortiguar y redirigir el sufrimiento con tanta eficacia como la religión y los monopolios mediáticos. Karl Marx, en uno de los pasajes más vilipendiados de su obra, condensó una potencia crítica que exige ser recuperada, no como fórmula vacía ni como provocación panfletaria, sino como piedra angular de una crítica semiótica del sufrimiento convertido en sentido. Escribió Marx en 1844: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de unas condiciones desalmadas. Es el opio del pueblo”. 

Este pasaje del manuscrito Zur Kritik der Hegelschen Rechtsphilosophie. Einleitung no es un exabrupto. Es una crítica al modo en que los sistemas simbólicos son colonizados para volver tolerable lo intolerable. No es un ataque primario a la espiritualidad ni a la necesidad del esparcimiento colectivo, tampoco una burla contra la fe y la recreación de los pobres. Es una crítica al dispositivo ideológico que reordena el dolor como promesa, la alienación como virtud, la pobreza como vía sagrada y la ingenuidad del espectador común como estupidez. 

Esta operación ideológica es, según nuestra filosofía de la semiosis, un proceso de producción, circulación y naturalización de signos, en que el sufrimiento y la fantasía son reorganizados simbólicamente para convertir la impotencia histórica en sumisión ritual. Analizar la frase de Marx con el rigor semiótico que merece, exige una relectura filosófica crítica sobre el modo en que las estructuras de sentido –en particular la religión y el espectáculo–........

© La Jornada