"No es sequía, es saqueo": Los pueblos españoles donde la gente tiene que comprar el agua
Después de las catastróficas inundaciones que asolaron Valencia el mes pasado, matando a más de 200 personas, podría parecer contraintuitivo pensar en la escasez de agua. Pero cuando los torrentes de agua sucia arrasaron ciudades y pueblos, la gente se quedó sin electricidad, sin alimentos y sin agua potable. «Fue brutal: coches, trozos de maquinaria, grandes piedras e incluso cadáveres fueron arrastrados por el agua. Se metió en los bajos de los edificios, en las tiendecitas, las panaderías, las peluquerías, la escuela de inglés, los bares: todo quedó destruido. Esto era el cambio climático de verdad, el cambio climático en mayúsculas», dice Josep de la Rubia, de Ecologistas en Acción de Valencia, describiendo la escena en las ciudades satélite al sur de la capital valenciana.
Tras la catástrofe, cientos de miles de personas dependían de los camiones cisterna de emergencia o de las donaciones de agua embotellada de ciudadanos voluntarios. En quince días, las autoridades habían vuelto a conectar el agua del grifo al 90% de los 850.000 habitantes de las zonas afectadas, pero se aconsejó a todos que la hirvieran antes de beberla o que utilizaran agua embotellada. En toda la región, 100 depuradoras de aguas residuales resultaron dañadas; en algunas zonas, los excrementos humanos se filtraron en las aguas de las inundaciones, los animales muertos fueron arrastrados a los ríos y la basura y los escombros empapados se amontonaron. Valencia está al borde de una crisis sanitaria.
Más de un año antes de las inundaciones, Valencia sufría el otro extremo del cambio climático: la sequía. Los dos fenómenos están relacionados: los meses de calor aumentaron la temperatura del mar y la humedad del aire, lo que provocó aguaceros repentinos e intensos. En algunas zonas de Valencia llovió lo equivalente a un año en sólo 24 horas.
El clima extremo se está dejando sentir en toda España. «Vi con horror, tristeza y asombro cómo las inundaciones se apoderaban de Valencia», dice Roser Albó Garriga, una agricultora de las montañas de Cataluña, a unos cientos de kilómetros al norte, que sufre escasez de agua. Las recientes lluvias torrenciales en los alrededores de Barcelona no han llegado a su zona. «En los últimos años, no hemos tenido agua suficiente para cultivar ni para beber», dice. Las lluvias torrenciales repentinas no resuelven la escasez de agua, añade. Cataluña tuvo lluvias inusualmente intensas en 2020, seguidas de cuatro años de sequía. «La verdad es que este tipo de lluvias causan daños y desgracias», dice, "pero la mayor parte del agua acaba en el mar porque la tierra reseca no puede absorberla cuando cae tanta de golpe".
Pero mientras Garriga y otros catalanes han sufrido escasez de agua en los últimos años, hay un grupo de personas que parece ser inmune, e incluso se beneficia de ello: las empresas multinacionales que extraen millones de litros de agua de la misma tierra. No se trata sólo de un problema español: en todo el mundo, de Uruguay a México, de Canadá al Reino Unido, muchos han empezado a preguntarse si se debe permitir que empresas privadas desvíen un recurso público vital, para luego venderlo de nuevo a los ciudadanos como agua embotellada.
La tragedia de España convierte al país en uno de los canarios en la mina de carbón cuando se trata de entender la amenaza global a la seguridad del agua. ¿Puede el creciente número de ciudadanos enfadados, rodeados de plantas privadas de agua pero sin agua potable en sus hogares, forzar un replanteamiento de la gestión de este recurso? Y a medida que cambian los patrones climáticos, ¿deberían las empresas privadas seguir teniendo fácil acceso a las reservas vitales de agua subterránea?
Rosita Garriga, la madre de Roser, pone sobre la mesa una jarra metálica de chocolate caliente, tan espeso que parece natillas. A sus 81 años, con sus rizos rubios, ha vivido en esta masía de las colinas de Cataluña desde que se casó a los 18, y está preocupada por los cambios que ha visto. «Antes había muchas fuentes, pero ahora casi todas se han secado. Ha llovido menos, sí, pero creo que las embotelladoras de agua también la están chupando».
En un radio de 15 kilómetros hay seis plantas embotelladoras de agua, entre ellas una de Nestlé y otra de la multinacional francesa Danone. Bombean agua mineral del acuífero que hay bajo la sierra del Montseny y la envasan en botellas de plástico para venderla en España y en el extranjero. Cataluña tiene la mayor concentración de plantas embotelladoras de agua de España; en toda la región se han concedido 27 licencias de extracción. «Hay más agua transportada por las carreteras en camiones que la que corre por nuestros arroyos», dice Rosita.
Hoy, Roser se ocupa de su explotación, repartida en terrazas por la ladera. «Antes nos alimentábamos todo el año. Cultivábamos brécoles, judías, coles, lechugas, tomates, patatas, además de maíz y hierba para nuestras vacas lecheras. Ahora, está tan seco que apenas podemos cultivar nada», dice señalando los bancales sin plantar, mientras deja que la tierra reseca y de color arena se escurra entre sus dedos. «No creo que las empresas embotelladoras de agua sean el único problema, pero ¿por qué siguen llevándose agua cuando se nos está acabando?».
Tras un corto paseo a través de un bosque de castaños, robles y avellanos, Roser señala el arroyo que solía ser la única fuente de agua potable de su familia. Todavía baja un hilo, pero no lo suficiente como para evitar que el charco del fondo se estanque. Esta zona se llama Riells, derivado del latín rivulus que significa «pequeño arroyo». Pero desde hace 10 años, Roser tiene que conducir hasta un supermercado para comprar agua embotellada para beber. «Es un descaro: las empresas extraen el agua de debajo de nuestros pies y nos la vuelven a vender», dice. Cada mes compra 24 botellas de cinco litros de agua, de marcas como Viladrau y Font Vella, producidas por Nestlé y Danone a partir de agua local. «Nos cuesta 67 euros al mes. Nos está arruinando», dice.
En los pueblos cercanos, la historia es similar. Nil Papiol es el alcalde de Hostalric, una ciudad medieval amurallada en lo alto de las colinas. En una espaciosa sala del ayuntamiento, engalanada con una bandera catalana roja y amarilla, pone un mapa sobre una mesa. Señala que cuatro........
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