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La combinación de ecocidio y genocidio en Gaza es una expresión de apartheid ecológico

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22.11.2024

Gaza experimenta la mayor matanza de hombres, mujeres y niños en décadas y un ritmo de destrucción tal que lleva ya acumuladas más de 40 millones de toneladas de escombros que tardarán una década en limpiarse. Las casi cien mil toneladas de bombas que se lanzaron sobre la Franja de Gaza desde octubre de 2023 superan los bombardeos conjuntos sobre Londres, Dresde y Hamburgo durante la II Guerra Mundial.

Gaza también es escenario de una de las mayores hambrunas masivas de este siglo. Desde hace más de un año no pasa un día en que el ejército del régimen israelí, con el respaldo de EEUU, deje de desmembrar a un niño o niña palestinos. Gaza ha visto volar en pedazos sus hospitales, universidades, mercados y servicios esenciales, y sus vías fluviales, aéreas y terrestres han sido contaminadas hasta niveles sumamente tóxicos por los residuos químicos de los bombardeos de saturación.

La fuerza destructiva de los bombardeos en la Franja de Gaza supera varias veces a la de la bomba nuclear que EEUU lanzó sobre Hiroshima. Y, sin embargo, las decenas de miles de niñas y niños palestinos que mueren mutilados, incinerados o infectados a raíz de las amputaciones no cuentan absolutamente para nada ante los ojos de Occidente, en fuerte contraste con la reacción cuando se toma de rehén a un israelí o un estadounidense ultrarrico queda atrapado en un submarino durante un viaje de placer para ver el naufragio del Titanic. Resulta estremecedoramente claro que las vidas palestinas no importan a quienes defienden los intereses occidentales.

El total menosprecio de poblaciones enteras como subhumanas (o, de mínima, no equivalentes a los cuerpos europeos o estadounidenses), es un crudo recordatorio de que los horrores de la trata transatlántica de esclavos y el genocidio colonial de las poblaciones indígenas por parte de los imperios occidentales continúan vigentes. También es un reflejo aterrador de las prioridades de los gobernantes del mundo, mientras vemos cómo se erosionan los sistemas de soporte vital del planeta debido al colapso ecológico.

El deseo de la clase dirigente de preservar la sociedad democrática liberal sin riesgo de catástrofe ecológica solo se aplica a un futuro reservado para ellos mismos: una minoría cada vez más reducida de multimillonarios. Mientras tanto, Gaza es un indicio de lo que ocurrirá en esta época de creciente deterioro ecológico provocado por un orden capitalista mundial que ya no es apto para su propósito, si es que alguna vez lo fue. Como declaró el presidente colombiano Gustavo Petro en la COP28, la reunión de la conferencia sobre el clima celebrada en Dubái en 2023: «Gaza es el espejo de nuestro inmediato futuro».

La palabra genocidio es lamentablemente insuficiente para describir la aniquilación intencionada de personas y de las relaciones ecológicas que sustentan su vida. Lo que estamos presenciando en Palestina es el monstruoso intento de acabar con toda una población y todo un medio ambiente para consolidar los intereses imperiales dirigidos por EEUU frente a la resistencia anticolonial, y para sacar provecho de los proyectos de petróleo y gas y de «propiedades frente al mar»[1] en la costa de Gaza.

Con la creciente movilización de facciones perversas de extrema derecha y un vuelco general hacia el capitalismo autoritario en todo el mundo, es muy posible que en el futuro veamos más casos de este tipo de aniquilación del tejido social y ecológico de los lugares, en un último esfuerzo desesperado por seguir extrayendo ganancias y eliminar a las «poblaciones sobrantes», pero con menos pretensiones liberales y progresistas en lo que respecta a la moral, los derechos humanos y las soluciones que beneficien a todos. Estos actos de aniquilación se presentarán progresivamente como situaciones en las que los vencedores civilizados triunfan ante la barbarie de los tipos malos (en palabras de Tim Walz, el excandidato a la vicepresidencia de EEUU por el Partido Demócrata), deshumanizando a poblaciones inocentes cuyo sacrificio se considerará necesario para mantener un orden mundial moribundo y totalmente catastrófico.

Ecocidio y genocidio

La combinación de ecocidio y genocidio en Gaza es una expresión de apartheid ecológico, un violento fenómeno de racialización que hace avanzar la frontera colonial de la ocupación de tierras y el saqueo de recursos para desviar la riqueza hacia unos pocos privilegiados a costa de la inmensa mayoría de la población. En el orden racial imperialista del apartheid ecológico, la destrucción de los «condenados de la tierra», de las personas marrones, negras e indígenas, y la supresión de sus medioambientes, culturas y conocimientos, es considerada completamente banal, como parte de un sistema que funciona como se supone que debería.

El genocidio y el ecocidio deben considerarse dos caras de la misma moneda. Ambos se definen por el intento de aniquilación de toda una población y de los medioambientes vitales de los que esta forma parte. El cambio climático es el producto de siglos de ocupación colonial y de la explotación de personas racializadas y de sus tierras como «recursos». Lo que distingue al genocidio del ecocidio es la velocidad de la matanza: rápida en algunos lugares, más lenta en otros.

El proceso que desvía la riqueza hacia un puñado de personas implica la creación de zonas geopolíticas y geofísicas de sacrificio de diversa gravedad. Estas zonas de sacrificio pueden darse tanto en el Sur global como en el corazón del imperio. Por ejemplo, mientras los estadounidenses de clase trabajadora en algunas partes de Carolina del Norte recibieron un máximo de 750 dólares en fondos de socorro tras la destrucción que causó el huracán Helene, que fue potenciado por el cambio climático, el Gobierno de EEUU dio más de 22700 millones de dólares en ayuda a Israel para los bombardeos de Gaza y Líbano (equivalente a más de 2300 dólares por ciudadano israelí) desde el 7 de octubre de 2023.

Aunque las consecuencias del nexo entre ecocidio y genocidio son letales para la humanidad, el apartheid ecológico es necesario para mantener el capitalismo imperialista durante las próximas décadas y asegurar el futuro de los colonos supremacistas blancos. En ese futuro se acabarán las sutilezas del orden liberal basado en normas: los mitos del multilateralismo, el multiculturalismo, el derecho internacional y los derechos humanos ya no serán convenientes para la clase dominante frente a las abrumadoras contradicciones económicas y ecológicas. Como escribe Nesrine Malik, el hecho de que el inconmensurable ataque a Gaza no mueva un pelo a los dirigentes políticos occidentales es un indicio de que en nuestro mundo el poder sigue teniendo la razón.

La actitud de «mirar hacia otro lado» que muestran las potencias occidentales al apoyar y fomentar activamente el genocidio de la población gazatí, junto al silenciamiento deliberado de las voces contrarias, presagian la normalización y la manipulación psicológica colectiva de la violencia inimaginable que se avecina mientras la catástrofe climática continúa evolucionando. Es de esperar que un número cada vez mayor de personas sean deshumanizadas y expulsadas de sus territorios para enfrentar la ira del cambio climático y la precariedad social, inclusive mediante la ocupación militar violenta. Al mismo tiempo, la élite seguirá desviando la responsabilidad y escudándose en la llamada vida con «sostenibilidad».

Palestina en la ecología mundial

El proyecto sionista no es más que una versión moderna de la salvaje historia colonial de asentamiento de Occidente. Desde la Declaración de Balfour (1917) publicada por Gran Bretaña y la violenta represión de la Gran Revuelta Árabe (1936-1939), pasando por el considerable suministro de armas de Francia a mediados del siglo XX hasta la incesante ayuda militar actual de EEUU, Israel siempre fue considerado el baluarte central de la dominación imperialista en la región. Se lo considera un puesto de avanzada de la misión civilizadora de Europa entre los árabes «atrasados» y sus áridos paisajes, y un antídoto contra las expresiones de autodeterminación árabe y los movimientos progresistas de la región.

Como sucedió con el imperio británico, que legitimó y facilitó al proyecto sionista, al imperio estadounidense no le interesan la democracia, los derechos humanos ni la lucha contra el antisemitismo. Estos, como la «sostenibilidad» comercializable, no son más que narrativas convenientes que sirven para aprovechar las inquietudes sociales con el fin de lavar la imagen de los proyectos militares y económicos del imperio. Tales proyectos tienen la intención de someter a territorios y personas y empujarlos a circuitos de acumulación en torno al trabajo, la tierra y nuevas formas de deuda. Como consecuencia, las personas que ya son ricas mantienen y mejoran sus estilos de vida intensivos en agua y energía mediante la automatización ecomodernista que se presenta como resistente al clima.

En esencia, los estilos de vida ecomodernistas no son otra cosa que el 10% más rico haciendo negocio con sus inversiones. La búsqueda colonial de recursos también otorga al colonizador supremacista blanco un estatus exaltado, especialmente cuando quienes sufren son árabes, musulmanes y personas de color de bajos ingresos según los caprichos de los intereses occidentales, ya sea en Haití, el Líbano, la República Democrática del Congo, Cuba o Sudán, así como también fronteras adentro de los EEUU u otras potencias occidentales.

Israel es el puesto de avanzada más importante del imperio estadounidense, no por los conflictos interreligiosos o la influencia del lobby prosionista en América del Norte y Europa Occidental, sino por la centralidad que tiene Oriente Medio en el sistema capitalista mundial. Tras la guerra de 1967 con el Egipto de Nasser, en la que Israel demostró ser un socio fiable del imperialismo, EEUU asumió la posición de principal patrocinador del régimen sionista por medio del suministro de armas y el apoyo financiero al Estado colono. Los intereses de Washington en la región se concentran en la economía basada en combustibles fósiles y en garantizar el suministro estable de petróleo. Esto implica un círculo vicioso de retroalimentación positiva, en el que los petrodólares engendran más petrodólares mediante campañas militares, explotación de recursos, guerras y ecocidio. Washington solo puede confiar plenamente en Israel, con su población de colonos estratégicamente ubicada, fronteras vulnerables, sociedad militarizada y fuerzas represivas, para ayudar a afianzar el orden regional basado en EEUU.

La utilización del antisemitismo como arma moral geopolítica por parte del lobby sionista es un factor a la hora de apuntalar a Israel y su exaltado estatus para los intereses de EEUU. Mientras tanto, la entidad sionista de extrema derecha también depende totalmente de EEUU para sobrevivir, tanto en lo financiero, como en lo militar e incluso lo político. De hecho, la supervivencia de Israel es clave para la supervivencia de un orden capitalista mundial basado en el imperialismo estadounidense y en la hegemonía de Europa Occidental. Una amenaza para Israel es, por tanto, una amenaza para el predominio imperial estadounidense. Solo a través de esta dialéctica podemos entender tanto el apoyo incondicional que se otorga al genocidio de Israel en Gaza como la absoluta normalización del genocidio en la sociedad occidental. Y este hecho también explica la magnitud de la tiranía y el holocausto perpetrados por Israel en respuesta a los actos de resistencia palestinos: un holocausto que se racionaliza y se rebautiza como «rutinario» o que constituye una serie de «operaciones terrestres limitadas».

La piedra en el zapato

En este contexto, la resistencia palestina es la piedra en el zapato del imperialismo estadounidense. Mucho antes de octubre de 2023, la estrategia del presidente saliente de EEUU Joe Biden para con Oriente Medio había sido muy clara: normalizar los lazos entre Israel y Arabia Saudita, abrir más mercados de inversión formales en la región y estabilizar aún más las relaciones imperiales. Con el acuerdo de normalización entre Arabia Saudita e Israel a punto de anunciarse a principios de 2023, la cuestión de la soberanía nacional palestina se puso de manifiesto una vez más gracias a la resistencia popular.

Porque la destrucción de Gaza por parte de Israel --con el apoyo de EEUU-- no es simplemente una forma de habilitar más mercados inmobiliarios o de apoderarse de tierras para el capital. Palestina, Líbano y Yemen son castigados por haber obstaculizado la acumulación desigual de capital y la fuga de valores de Medio Oriente. La resistencia palestina expresa actualmente de la forma más clara la disidencia anticolonial de un movimiento de liberación nacional que se niega a que su humanidad sea cancelada y a que sus poblaciones sean suprimidas y sacrificadas en aras del núcleo imperial.

La escala de la aniquilación de Gaza por parte de Israel, que deshace el tejido social, ecológico y político con megatones de arsenal militar, será cada vez más habitual a medida que se intensifiquen las crisis de acumulación del capital mundial, con las presiones que provocan la alteración del clima, las graves tensiones geopolíticas y la desigualdad socioeconómica. Las excavadoras que devastan la ecología de Gaza no difieren de las que arrasan las selvas tropicales primarias para la expansión del agronegocio, precipitando la sexta extinción masiva. Las tecnologías de inteligencia artificial (IA) que refinan las armas utilizadas para asesinar a la población civil en los hospitales y las escuelas de Gaza son las mismas tecnologías de IA que requieren más fuentes de energía, como el carbón, el petróleo, el gas, las energías renovables e inclusive la energía nuclear.

Este apetito por la energía que tienen las gigantes tecnológicas como OpenAI, Microsoft, Alphabet y Meta, entre otras, no solo anula los beneficios ambientales derivados del uso de las energías renovables, sino que también refuerza prácticas de extracción devastadoras para la ecología y vertederos de residuos tóxicos sobre comunidades de personas consideradas indignas e infrahumanas en otros lugares. Lo que estamos presenciando es un círculo vicioso de violencia genocida y ecocida.

En su discurso en la cumbre de la COP28 en Dubái, el presidente colombiano Gustavo Petro declaró: «El genocidio y la barbarie desatada sobre el pueblo palestino es lo que le espera al éxodo de los pueblos del Sur desatado por la crisis climática». A quienes disientan en el Norte les espera la manipulación psicológica y la represión. A quienes se organicen para resistir en el Sur les responderán con violencia y barbarie. La historia de la civilización occidental moderna se caracteriza por la colonización salvaje, la desposesión, la esclavitud y el genocidio, pero este hecho ha quedado oculto por el recurso a la moral elevada.

Esta brutalidad caracterizó a la colonización euroestadounidense del «Nuevo Mundo» desde el momento en que los colonos europeos mataron a más de 55 millones de indígenas en América del Norte, Central y del Sur a lo largo de 100 años, hasta el «periodo civilizador» de los siglos XIX y XX, durante el cual Occidente llevó a cabo las campañas de mutilación y exterminio más brutales y salvajes del planeta bajo la bandera de la modernidad y el desarrollo, inclusive dentro de sus propias fronteras.

La brutalidad también caracterizó al siglo XX y principios del XXI, una época marcada por las guerras del imperialismo estadounidense, que implicaron la brutalización de las poblaciones de Vietnam, Angola, Irak y Afganistán, y el apoyo de EEUU a gobiernos títere liderados por tiranos en lugares como Chile, Argentina e Indonesia, por nombrar solo algunos.

Estas masacres a lo largo de los últimos siglos no son notas a pie de página ni estudios de caso. El objetivo estaba claro: el exterminio de mundos vitales en función de la supervivencia del orden colonial. Por ello mismo son fundamentales para entender las crisis ecológicas que vivimos hoy en día. Si bien todas las civilizaciones a lo largo de la historia tuvieron guerras y conflictos, solo el imperio euroestadounidense supremacista blanco, con sus tecnologías racializantes, ha perfeccionado tanto la infraestructura social y ecológica basada en el genocidio y el ecocidio. Aunque las masacres de Gaza y el Líbano han sacudido la conciencia dormida de las masas, son un reflejo nada sorprendente y muy coherente del carácter moral de Occidente, como se ha demostrado en los últimos 500 años.

Más cuerpos que sacrificar

¿Qué hay de nuevo en la coyuntura actual? ¿Qué caracteriza a esta renovada era (probablemente la última) del imperialismo estadounidense en la que hemos ingresado? La respuesta es simple: el abandono inclusive de las pretensiones más moderadas de un orden internacional basado en normas; la inauguración de una situación en la que las normas se aplican a todo el mundo con la excepción de las potencias coloniales que han infligido 500 años de violencia al planeta y a sus pueblos, y cuyo modus operandi de fragmentar a la humanidad para extraer mano de obra y recursos se basa en la idea de la supremacía blanca. El historiador Enzo Traverso sostiene que este estado de excepción de las potencias colonizadoras es una admisión implícita de inmoralidad. Implica la transgresión selectiva de las leyes, en la que todas las libertades civiles, así como las normas básicas de la ley y el orden, pueden ser desmanteladas con el fin de proteger el futuro del imperio mientras este contrarresta su propia decadencia.

Las consecuencias de este ejercicio selectivo de la inmoralidad son absolutamente aterradoras en esta época en que los sistemas de soporte vital de la Tierra corren el riesgo de desmoronarse debido al colapso ecológico. Y allí reside la clave para entender el apartheid ecológico. Atrás queda la época de las reivindicaciones occidentales de humanidad, sostenibilidad y derechos civiles (si es que fueron válidas alguna vez): en su lugar, vemos el reconocimiento de que esos derechos solo les pertenecen a unos pocos, y que el «otro» debe ser sacrificado para salvar este orden moribundo.

Quienes trazan paralelismos entre el actual genocidio en Gaza y el sistema en desarrollo del apartheid........

© La Haine


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