Al lado de la urbanización en que vivo, funciona un asadero de arepas, empresa familiar que atienden tres mujeres, hermanas supongo, en horas tempranas de la mañana y en las tardes, negocio igual a tantos otros en esta región que constituye seguramente la primera de las alternativas que aconseja el manual de supervivencia, a cientos de mujeres que no tiene otra opción de trabajar.

Nada de particular tendría ese lugar si no fuera por la antipatía proverbial de quienes lo atienden, al punto que muchas veces se convierte en una verdadera odisea lograr siquiera un gesto mínimo de gracia de las dueñas que parecen no advertir la presencia de los vecinos que se acercan al asador ardiente, mucho menos una palabra de........

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