El Estado, esa superstición que ordeña la corrupción
(Octavio Paz, El ogro filantrópico)
La izquierda parece tenerlo meridianamente claro. Lo bueno, si es público, dos veces bueno. Por contra, todo lo privado, percibido como sinónimo de abuso y egoísmo, está mal sin remisión. Esa es la corriente dominante. Hasta que los afectados alcanzan el poder y utilizan el artefacto estatal como palanca para obtener beneficios privados de fondos públicos. Así acaba de ocurrir con la última oleada de corrupción que afecta al gobierno de coalición de izquierdas (Caso Koldo-Ábalos-Mascarillas), y se llama ordoliberalismo (el Estado guiando al libre mercado). Revirtiendo el clásico leit motiv del espíritu capitalista, vicios privados virtudes públicas, el Estado cleptocrático ha ordeñado la corrupción como sistema. En esta ocasión, aprovechando la crisis de la pandemia como doctrina del shock. Porque, nos dicen, la situación de emergencia sanitaria exigía exponenciar el laissez faire-laissez passer. El robo autorizado por nuestro propio bien.
A diestra o a siniestra, la corrupción nos ha acompañado desde los primeros trinos de la transición (por enmarcar el latrocinio en un pautado generacional). Un Patio de Monipodio que siempre ha pivotado sobre el poder, premeditado o adventicio, según sea Central o Autonómico. Ha sido desde el Estado y a su amparo desde donde se han perpetrado las grandes operaciones de saqueo de lo público. Ahora por y ayer por , compitiendo en una sociedad de ganancias mutuas. Una concepción absolutista de la vertical del poder, huérfano de control efectivo por parte de la ciudadanía y con el consentimiento de partidos y sindicatos sucursalistas. Con tamaña licencia para esquilmar, el vástago principal y sus agentes cómplices........
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