Y Trump se tomó la revancha
En 2008, la elección de Barack Obama para ocupar la Casa Blanca supuestamente anunciaba el advenimiento de un nuevo Estados Unidos más diverso, más inteligente y más justo. Se creyó por entonces que aquella victoria demócrata no constituía una ruptura ideológica y política —habida cuenta de que el primer presidente afroamericano de la historia de su país era un intelectual que detestaba los conflictos—, sino el desenlace de una metamorfosis demográfica y sociológica. Por una parte, la llegada de nuevos inmigrantes no había dejado de diluir la parte de votantes blancos, en su mayoría republicanos. Por otra parte, y simultáneamente, nuevas generaciones más instruidas —y en consecuencia más preclaras— habían sustituido a las antiguas, apegadas a tradiciones obsoletas.
El anuncio de tan feliz orden de cosas parecía tanto más providencial por cuanto apenas requirió de esfuerzos ni luchas: la demografía se había elevado a la categoría de destino político. La buena nueva encandiló a la socialdemocracia europea, que estaba pasando por una mala racha. E inspiró en Francia la “estrategia Terra Nova”, expuesta en mayo de 2011 en una nota de la fundación del mismo nombre con la que se trataba de ayudar a Dominique Strauss-Kahn —por entonces director del Fondo Monetario Internacional (FMI)— a ganar las elecciones presidenciales del año siguiente. En exministro socialista de Economía había teorizado largamente, ya en 2002, sobre la pérdida del voto obrero por parte de la izquierda. Y se había resignado a ella (1). Terra Nova propuso entonces que un nuevo bloque constituido por mujeres, jóvenes, titulados universitarios, “minorías y habitantes de barrios populares” –es decir, el equivalente francés de la “coalición Obama”– permitiera a los socialdemócratas europeos superar el desafecto de su electorado popular. “La coalición histórica de la izquierda, basada en la clase obrera, está en declive —analizaba Terra Nova—. Está surgiendo una nueva coalición: la ‘Francia del mañana’, más joven, más diversa, más feminizada” (2). El resto de la historia ya la conocemos.
La desilusión es hoy aún más cruel en Estados Unidos. Si las elecciones del pasado noviembre hubieran enfrentado a Donald Trump con un presidente saliente anciano y con las facultades mermadas, el resultado habría sido más llevadero. Sin embargo, Kamala Harris no solo parecía encarnar el “nuevo Estados Unidos” alegre y multicultural frente a un rival revanchista que pretendía rehabilitar la supuesta grandeza del antiguo (“Make America great again”, un eslogan resumido en las siglas MAGA), sino que, además, la candidata demócrata presentó batalla con el respaldo de un partido unido, una financiación colosal y unos medios de comunicación embelesados. Por si fuera poco, no cometió grandes errores y superó al expresidente en el único debate televisivo en el que se enfrentaron cara a cara. Pese a todo lo anterior, Trump se ha hecho con una victoria indiscutible que los demócratas, esta vez, no pueden achacar a los tejemanejes de Vladímir Putin.
Desde el punto de vista de los demócratas, lo peor no es tanto el aumento de votos recabados por Trump entre 2016 y 2024 —pese a sus insultos, sus juicios, sus condenas y su implicación en el asalto al Capitolio— como el hecho de que esos trece millones de papeletas suplementarias proceden en gran medida del “nuevo Estados Unidos”. Y es que Donald Trump debe menos su reelección a una movilización de sus bastiones tradicionales (poblaciones rurales, evangélicos y blancos) que al vuelco en su favor de un significativo porcentaje de los jóvenes, los hispanos y los negros (léase el análisis de Jerome Karabel “¿Un ‘mandato poderoso y sin precedentes’?”).
Harris, por su parte, solo ha mejorado su posición en comparación con los candidatos demócratas que la precedieron entre dos grupos: los hombres blancos y las personas con ingresos superiores a 100.000 dólares anuales (véase el gráfico “¿A quién han votado?”). Pese a su género y a una campaña que puso el acento en el tema del aborto libre, y pese a la postura considerablemente “masculinista” de su adversario, el hecho es que Harris movilizó menos al electorado femenino —incluido el de entre 18 y 29 años— que Biden cuatro años atrás. Por otro lado, a pesar de los recurrentes reproches de racismo, Trump casi ha........
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