Lo mejor y lo peor en las pantallas del 2023: el repasito
Antes de nada, perdón. Empecé el año destacando, cada mes, lo más destacable del audiovisual, según mi criterio, claro que, en esta sección, es el único que cuenta, por supuesto. La proeza la dejé de llevar a cabo en verano. ¿Por qué? Porque soy vaga, punto número uno; y porque me lié en otros asuntos y ya se me fue el santo al cielo. Pero hoy, día 30, que acaba un año convulso también audiovisualmente, he decidido hacer penitencia y aquí estoy, dispuesta a pegarle un repaso a lo que nos ha dado el audiovisual. Allá vamos.
Septiembre empezó con un duelo. Ana Rosa, en Tele 5, contra Sonsoles Ónega, en Antena 3. Y de momento gana la segunda. ¿Hacen un programa parecido? Un magacín de tarde al uso, con actualidad, curiosidades, entrevistas, corazón, sucesos… Yo diría que en principio sí, aunque a mi Sonsoles y sus contertulios no me sonrojan —salvo cuando aparece el ¿cómico? Miguel Lago, que es un momento en el que siempre hago zaping— y Ana Rosa y algunos de sus colaboradores hacen que huya como alma que lleva el diablo —Mario Vaquerizo, Alaska, Cristina Tárrega...— ponderando sobre lo obvio, por poner un ejemplo paradigmático. El caso es que sé, o imagino, que cada mañana, al saberse el dato, Ana Rosa se apena por dentro cuando ve que ha ganado Sonsoles la partida del día anterior, aunque sea por un punto, y que los equipos de ambas se reúnen para analizar la curva, el minuto a minuto, que es una tarea, queridos, que no deseo jamás: se te puede caer el alma a los pies, por lo arbitrario, por lo injusto, por lo inaudito que resulta escudriñar ahí y que tu trabajo intenso, concienzudo, se mida por un número de espectadores.
Pablo Motos y lo de que su equipo llama a todo aquel que hace comentarios negativos sobre él para darles toques de atención,o advertirles del malestar del jefe. Es muy interesante, y muy reveladora, toda esta transparencia, que tanta gente se haya atrevido a salir al aire y contar las maneras poco ortodoxas del programa y del comunicador. ¿Por qué? Bueno, porque demuestra que pese al gran poderío del espacio de Antena 3, que es líder en su franja desde hace siglos, y por el que pasa lo más granado del panorama nacional y a veces internacional, hay una minoría solitaria que osa hacerle frente contando lo que hay que contar. Y porque eso va a significar que nadie más del equipo de Motos, ni socios, ni hormigas, ni esbirros se arriesgarán nunca a hacer esas llamadas a nadie, bajo pena de salir otra vez en Twitter, en conversaciones, en medios de todo tipo, y formar parte para siempre del arsenal de cómicos, como esto de Buenafuente en TV3, hace unos días, que se hizo viral.
En marzo, Miguel Bosé fue entrevistado en programas de máxima audiencia, como El Hormiguero, o en periódicos como El País. En ambos se quejó amargamente de la falta de libertad, y dijo que en la transición había más cancha y que ahora ya no se podía decir nada, mientras él hablaba en medios masivos de todo lo que le daba la gana.
Así pues, habíamos tenido a un Bosé negacionista —nadie le impidió nunca la posibilidad de compartir su visión sobre las vacunas y el COVID, hasta Jordi Évole le dio un amplio espacio— y ahora también teníamos a un Bosé nostálgico del posfranquismo. Curiosamente, mientras el artista sufría esa angustia por el tiempo pasado, este ha sido, sin duda, un buen año audiovisual para él.
En la tele pública ha sido jurado en un talent, Cover Night, realizado por Shine Iberia, la misma productora de la serie Bosé, que estrenó en España Skyshowtime, con su beneplácito. Y hace unos meses se ha estrenado en Movistar Plus el documental, Bosé renacido, que digamos,........
© HuffPost
visit website