Videovigilancia
Recuerdo mi estupor, la primera vez que pisé Berlín oriental, recién caído el Muro. Todos los estudiantes de mi edad se marchaban de allí con lo puesto, huían como alma que lleva el diablo. Yo llegaba desde la España de Felipe González, la del paro galopante, en la que independizarse era una quimera hasta los treinta y pico y en la que sabías de antemano que ni la mitad de tus compañeros de Facultad terminarían trabajando en el sector para el que con tanto esfuerzo, de ellos y de sus familias, se habían estado preparando. En mi ingenuidad juvenil, me parecía una bicoca eso de que el Estado, aunque tarde y mal, terminase concediéndote una vivienda, un trabajo y entradas de ópera a precio de coste. Preguntaba, en cuando tenía ocasión, por los motivos de aquel éxodo masivo. Y mis interlocutores no siempre encontraban palabras lo suficientemente elocuentes para responder. Recuerdo una chica, Helge, que sólo supo echarse a llorar al escuchar mi pregunta. Otros alcanzaron a mencionar los controles........
© Gaceta de Salamanca
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