Arde París
Los taxistas, en París, no paran en la calle. Uno levanta la mano y ellos pasan como si llevaran el féretro de la reina María Antonieta. Los taxistas parisinos son la evidencia rodante de que uno se encuentra en un país de antipáticos. Todo el mundo sabe que históricamente los franceses siempre han sido muy suyos. En todos los saraos que participan quieren ser la vedette principal, como Lina Morgan en el teatro de la Latina. Y, por encima de todo, los franceses son un pueblo trabucaire. Les gusta imponer sus razones a base de revueltas callejeras, y si tienen que derrocar toda una monarquía cargada de siglos no se lo piensan dos veces. De ahí que Robespierre, un modelo de virtud cívica, levantara la guillotina en la plaza de la Concordia, que tiene miga el nombrecito, y se dedicara a rebañar los pelucones empolvados de toda una generación de aristócratas.
Después vino Napoleón y le pareció que había que ensanchar las fronteras hasta el infinito.........
© Gaceta de Salamanca
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