Gaza: mientras el Derecho y la Ética no se aplican, el genocidio avanza
Entre los problemas del mal, existen dos manifestaciones conectadas: su capacidad para volverse banal, como advirtió Hannah Arendt, y la posibilidad de que el genocidio se repita, según Primo Levi. El mal no siempre tiene rostro demoníaco, pues también habita en la impasibilidad ante la barbarie, ya sea por falta de pensamiento crítico o por la comodidad de seguir atrapados en nuestra rutina de espectadores, convencidos de que son otros quienes tienen el poder o la responsabilidad de actuar.
No hacen falta cámaras de gas ni esperar a que se alcance el umbral simbólico del Holocausto para reaccionar. Tampoco hace falta ser líderes políticos o defensores profesionales de los derechos humanos para poder hacer algo. La Historia muestra que no todos los genocidios han de desarrollarse con la misma mecánica, ni dar lugar a una mínima cantidad de víctimas. Han existido numerosas formas de exterminio genocida, cada una con signos distintivos, pero todas dirigidas contra un grupo humano por su identidad. Ejemplos son el exterminio físico y cultural de los pueblos indígenas de América, el genocidio armenio —con deportaciones y marchas forzadas hacia el desierto— o la masacre perpetrada en Ruanda contra tutsis y hutus moderados —a golpe de machete u otras armas rudimentarias de uso doméstico—. En todos estos casos, la deshumanización de las víctimas y la pasividad facilitaron los crímenes.
Desde el 7 de octubre de 2023, el saldo de víctimas en Gaza es estremecedor: más de 55.000 muertos, la gran mayoría civiles —alrededor de un 70%, mujeres y niños— y decenas de miles de heridos. A esta tragedia se suma la destrucción sistemática de infraestructuras civiles esenciales, incluidos hospitales, escuelas, universidades y viviendas, dejando a la población sin acceso a servicios básicos y sin espacios seguros. Las imágenes y testimonios que nos llegan desde el terreno revelan una realidad devastadora: Gaza prácticamente reducida a ruinas, familias desintegradas, personas sobreviviendo entre despojos y cascotes, niños clamando por comida, mientras lloran blandiendo recipientes vacíos entre sus manos, y centros sanitarios —los que aún permanecen en pie— colapsados, sin capacidad para atender a heridos o enfermos crónicos. A ello se suman otros efectos profundamente perturbadores: cuerpos, con o sin vida, atrapados bajo los escombros; la imposibilidad de llevar a cabo entierros dignos; la contaminación del aire por descomposición y tantos residuos tóxicos… Diversas entidades internacionales —incluidas agencias de la ONU como UNRWA, el Programa Mundial de Alimentos y UNICEF— y organizaciones humanitarias han advertido que Gaza se encuentra al borde de una hambruna generalizada —inducida, como es obvio, por el Gobierno israelí—. Se ha documentado así el aumento de muertes por desnutrición, enfermedades y falta de atención médica. A finales de mayo, el último hospital operativo en el norte de Gaza fue clausurado por la fuerza por el ejército israelí, lo que no solo agrava la crisis humanitaria, sino que consolida el desmantelamiento de la infraestructura sanitaria, señalado por diversos informes como parte de una estrategia sostenida desde el inicio de la acción militar por parte de Israel. Las condiciones de vida resultantes son incompatibles con la dignidad humana y ponen en peligro la supervivencia misma de la población. En este contexto, ¿alguien puede negar con seriedad que el patrón de conducta israelí encaja en la definición jurídica de genocidio?
El artículo II de la Convención para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio tipifica este crimen por la concurrencia de dos elementos: uno material —los actos— y otro subjetivo —la intención específica. Basta con uno solo de los actos enumerados, como, entre otros, la “matanza de miembros del grupo”; la “lesión grave a la integridad física o mental de los miembros del grupo”; o someterlos intencionalmente a “condiciones de existencia que hayan de acarrear su destrucción física, total o parcial”. El elemento subjetivo exige que los actos sean “perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal”.
Con respecto al elemento material u objetivo del genocidio, es decir, los actos en sí, basta con observar las acciones y circunstancias bien acreditadas. Gaza es un territorio densamente poblado, donde la población permanece atrapada y sometida a desplazamientos masivos y bombardeos continuos, incluyendo ataques contra campos de refugiados, en alguno de los cuales los ataques israelíes han llegado a causar más de un centenar de muertos en un solo día, como por ejemplo en el pasado mes de mayo en Jabalia. La población civil, privada de agua, alimentos, electricidad y medicinas, afronta una crisis humanitaria extrema, agravada por el bloqueo y el cierre de fronteras bajo control israelí, que ha venido impidiendo tanto la huida como el auxilio. Israel ha convertido Gaza en un campo de exterminio.
La intención específica de destruir al grupo humano palestino, nacional y étnico, se evidencia tanto en las acciones —y omisiones— como en declaraciones públicas que deshumanizan sistemáticamente a los........
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