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La sangre bajo el gris: del ‘Guernica’ a Cuelgamuros

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thursday

Investigador en memoria y patrimonio cultural.

Era otoño de 1981 cuando el Guernica entraba en España. Se decía que volvía porque se añoraba la libertad que el cuadro certificaría. Pero era su primera vez aquí. El lienzo republicano se colocó en una enorme jaula antibalas, bajo el fresco de Luca Giordano que representa la Apoteosis de la Monarquía Española y flanqueado por banderas con pollos que rezaban “Una, grande, libre”. El director del Museo del Prado era un cura y el jefe de Estado el predilecto de Franco. Se inauguró en comunión con exministros de la dictadura, los reyes o Dolores Ibárruri. Esta última sentenció que aquel gesto suponía “el fin de la Guerra Civil española”. Ello contribuía al relato gubernamental que traía la pintura para resignificarla bajo la gramática de la concordia y, así, dar el último punto de sutura a una “Transición ejemplar”. El lienzo, que denunció desde el exilio el criminal levantamiento franquista, venía —con el espíritu del régimen del 78 como ventrílocuo— a traer fraternidad y estabilidad a la monarquía parlamentaria. A varias décadas de aquel paripé sabemos que La Pasionaria se equivocaba: aquel día no terminó nada. El trauma solo ha cambiado de sitio en nuestra simbólica construcción de la democracia.

La alteración que la Transición trató de dar al Guernica no es, en absoluto, distinta a la que emana del concurso de resignificación de Cuelgamuros. En ambas obras se perciben los crímenes del franquismo y ambas deben suavizarse porque son tremendamente incómodas desde el presente: la obra maestra que se negó a pisar la España de Franco y el mausoleo levantado........

© El Salto