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Lo más difícil del amor fue pasar del ‘yo’ al ‘nosotros’

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04.09.2025

Michal Leibowitz

Durante mi infancia, mi familia no tenía mucha paciencia con los “nos gustó”, esas parejas que utilizan el majestuoso “nosotros” como si su relación fuera su propio feudo. Por ejemplo, el marido que, cuando le preguntan: “¿Qué te pareció la serie?”, responde: “Ah, nos gustó”. La norma era que, cuando una de estas parejas venía a cenar, mis hermanos y yo teníamos que contenernos hasta que estuvieran afuera de la casa para entonces empezar a burlarnos de ellos.

Lo que va, vuelve, y en años recientes yo me he convertido en el objeto de ese tipo de burlas. O debo decir, nosotros, mi esposo, David, y yo, que en el transcurso de nuestra relación de media década nos hemos encontrado, en ocasiones, hablando como el rey y la reina de Genovia.

El problema con el “nos gustó” tiene que ver con la identidad. Sin importar qué tan buena sea tu relación, tal vez no siempre coincidas con tu pareja. Así que, hablar en plural, tiende a percibirse de dos maneras: o no tienes ni idea de lo que piensa en verdad tu pareja (y además no te importa) o les estás echando en cara a todos los demás cuán en sincronía están ustedes dos, que son casi uno mismo.

Mi manera de pensar ha cambiado bastante en los últimos años. Pocas cosas han cambiado tanto como el giro radical en la manera en que entiendo las relaciones y la identidad, en la manera en que veo el “nosotros” y la sensación de malestar que lo acompaña. La cultura laica estadounidense pone el yo y la autorrealización en el centro de la vida. Ese énfasis, que ya era omnipresente desde las décadas 1960 y 1970, sigue transformando todos los ámbitos de la vida: por ejemplo, se ha hecho difícil argumentar en la esfera pública algo que no apele al bien último de la felicidad propia. Pero al considerar la pareja sobre todo como un vehículo para la autorrealización individual, hemos perdido el núcleo del ideal romántico del matrimonio: el nosotros.

Toda relación tiene sus caminos bien recorridos hacia ninguna parte. En los primeros años de matrimonio, cuando David y yo peleábamos —ya fuera por algo importante, como dónde íbamos a vivir, o por una insignificancia como los platos sucios que ya llevaban mucho tiempo en el fregadero— lo hacíamos como individuos. Yo, en particular, tendía a enfrentar nuestros........

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