¿Está en crisis nuestra democracia?
Usted está leyendo estas líneas cuando ya se conocen los pactos que entrarán a la competencia electoral de noviembre. Se trata de una información importantísima para calibrar la amplitud de la oferta de alternativas políticas en el país o, para decirlo en buen castellano, la amplitud que ha alcanzado la fragmentación política que nos ha caracterizado durante los últimos años. Y, casi como corolario de la anterior, esa información también servirá para calibrar la escasa representatividad real de muchos de los partidos que se presentan a la liza.
Estas características contemporáneas de nuestro sistema político -la fragmentación y la falta de representatividad- se suelen invocar como síntomas de una “crisis de la democracia” y a ellos suelen agregarse otros presuntos síntomas de ese mal. Esos otros síntomas pueden ser tan diversos como el auge del crimen organizado, la creciente polarización política o incluso tendencias al incremento del Índice de Precios al Consumidor. Naturalmente -y más aún en este período preelectoral- la intensidad e intencionalidad de los planteamientos que hablan de esa presunta crisis están determinadas por motivaciones políticas, muchas veces sin más alcance que el de provocar algún impacto en la coyuntura cotidiana.
Justo en medio de dos días -el 16 y el 18 de agosto- cruciales en el funcionamiento de nuestra institucionalidad democrática, parece oportuno recordar que esa insistencia en la idea de una “crisis de la democracia”, aún utilizada con intenciones mezquinas y sin mucho fundamento, puede tener a la larga el efecto de dañar la confianza ciudadana en la democracia. Algo que la propia democracia y los demócratas........
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