Pequeñas grandes emociones
En 1968 presencié por primera vez una sesión de la Cámara de Diputados. En el orden del día estaba un debate sobre la invasión soviética a Checoeslovaquia, hablaron Escovar Salom, Machín, Baldó Casanova, Herrera Oropeza, todos muy bien en la condena a aquella agresión, pero el gran discurso fue el de Rodolfo José Cárdenas. Una obra maestra de cultura, valores democráticos, buen humor y buen decir. A los dieciocho recién cumplidos estaba muy emocionado, soñaba con que ese hemiciclo defectuosamente iluminado llegara a ser algún día mi lugar de trabajo como representante de los larenses. Y lo fue.
Mucho antes había entrado al Capitolio, fue cuando papá me llevó al entierro de Alberto Ravell, senador por Yaracuy, independiente vinculado a AD, pero el tamaño propio de mi edad, cumpliría diez en unos días y el gentío que atestaba los corredores no me dejaban ver mucho.
La vida me ha regalado pequeñas emociones que son muy grandes para mí. Hay las personales que son las más grandes: matrimonio, graduación en el Aula Magna o antes, el nacimiento de mis tres hijos. Pero hablo aquí de otras emociones, más pequeñas agrandadas por mi vocación y........
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