El Colegio de La Concordia de El Tocuyo
Después de usted vienen las escuelas internacionales, nihilistas y carbonarias.
José María Pérez Limardo a Egidio Montesinos, 1883.
En medio de adversidades de todo tipo, guerras civiles, unas 39 revoluciones durante el siglo XIX, analfabetismo, epidemias y pobreza en general, aislamiento, sin embargo, en una remota ciudad del semiárido occidental venezolano, El Tocuyo, habrá de ser fundado en 1863 un instituto de educacionista de secundaria excepcional: el Colegio de La Concordia, obra significativa de un hombre taciturno pero decidido y tenaz en extremo: el bachiller Egidio Montesinos Canelón (El Tocuyo,1831-1913). Como una suerte de Julio Verne, jamás salió de su rancia y conservadora ciudad de raigambre colonial que lo vio nacer, sin embargo, ello no fue óbice para que se mantuviera con cierto y comprensible retraso a tono con el conocimiento y el saber del siglo XIX.
Su plantel era de carácter particular o privado y fue abierto una vez que el Colegio Nacional de El Tocuyo fuera clausurado por el Gobierno Nacional en 1863, terminada recién la pavorosa Guerra Federal. Su orientación era decididamente clásica y se le daba una enorme importancia a la enseñanza de la lengua latina, un idioma que, según Octavio Paz, había dejado de ser lengua universal desde el siglo XVII. Sus lecciones de filosofía, dice Ignacio Burk, (Egidio Montesinos. Obras selectas, 1962) estaban marcadas por la metafísica, la neumatología (vetusto vestigio medieval o estudio del Espíritu Santo), escribió una Psicología o Tratado del Alma, antes de que naciera la psicología experimental en Alemania y que conservaba aires cartesianos, unos Elementos de Moral, un Tratado de Oraciones Latinas siguiendo las orientaciones, dice Edoardo Crema, de Andrés Bello y José Luis Ramos, pero sin embargo fue permeable a la ciencia moderna en sus obras escritas de su puño y letra: Elementos de Cosmografía, Tratado de las Propiedades de los Cuerpos, un como lejano eco e influencia del positivismo decimonónico. La física que enseñaba Montesinos ignoraba por completo el experimento, pues carecía de los llamados “Gabinetes de experimentación” que eventualmente serían traídos de París de la afamada Casa Deirolle francesa, según hemos descubierto recientemente.
Era Don Egidio un maestro de los que urgentemente necesitamos en el tercer milenio, esto es, un docente alejado de la dañina y estéril hiperespecialización, de la cual nos ha advertido severamente Mario Bunge: pues navegaba alternativamente entre las humanidades y la ciencia natural de su época con cierta destreza entre la filosofía, cosmografía, historia, lengua latina, física, de modo parecido a como lo harían décadas después sus discípulos en el Colegio Federal Carora en 1890: los doctores Ramón Pompilio Oropeza y Lucio Antonio Zubillaga. Al día de hoy ningún intelectual domina, ni siquiera, su propia especialidad.
La filosofía que enseñaba Egidio Montesinos era una filosofía de corte eclesiástico, semiescolástico, con gran influencia del espiritualismo balmesiano, Jaime Balmes gran renovador de la Escolástica en el siglo XIX. Otros destacados alumnos del bachiller Montesinos, Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul acusaron también esta »conciencia teísta y cristiana del mundo que inevitablemente estaba vinculada al tradicionalismo sociocultural y al conservadurismo político», dice Cappelleti. Si bien es cierto que Lisandro Alvarado y José Gil Fortoul abandonaron bien pronto estas formas de pensamiento en aras del positivismo comteano y spenceriano de finales de siglo pasado, que asimilaron en la Universidad de Caracas en los magisterios del venezolano Rafael Villavicencio y el alemán........
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