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Ecos y balas de una antigua violencia

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Estamos hervidos en sangre, somos una secuela intensa y extensa de nuestra historia de guerras y guerritas, de la resolución de las contradicciones y de las discrepancias políticas, a punta de bala —o de machete y cuchillo, como pasó en la batalla de Palonegro—. Y también somos una consecuencia de los enormes abismos sociales (se acuerdan de un presidente que tenía como lema “para cerrar la brecha” y, por el contrario, la amplió, como lo han hecho tantos otros), de las inequidades sin límites, de la generación de odios desde tiempos inmemoriales.

Un novelista de antes decía que al pueblo nunca le toca, a no ser las sobras, el hambre, la represión… ¿Quiénes han sido las víctimas de un sistema inicuo de desigualdades y miserias perpetuas? Y esa entidad, a veces abstracta, a veces concretada por caras pálidas, por desnutriciones, niños que comen papel y tantas inopias más, es la que, en nuestra historia de desventuras, ha puesto la inmensa mayoría de muertos en esas “guerras y guerritas”.

Parodiando un tango, se podría decir —de acuerdo con ese espíritu inveterado que ha estado navegando y zozobrando en la sangre— un muerto más qué importa.........

© El Espectador