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Auschwitz y Gaza

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Auschwitz pasó a la historia como testimonio del horror y la degradación humana que propició el nazismo en las primeras décadas del siglo XX. ¿Cómo juzgarán las próximas generaciones los campos de concentración que el gobierno de Benjamín Netanyahu está creando en Gaza en pleno siglo XXI?

En su profundo y sentido texto El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl narra que estando detenido en Auschwitz en cierta ocasión pensó en despertar a un compañero que estaba en medio de una fuerte pesadilla, pero que al final desistió: “En aquel momento comprendí, con toda crudeza, que ningún sueño, por terrible que fuera, podía ser peor que la realidad del campo de concentración a la que cruelmente iba a devolverlo”.

Es cierto. Auschwitz pasó a la historia como el mayor campo de exterminio construido por el hombre. En cada litera de 2x2,5 metros dormían nueve prisioneros en medio de ratas, piojos y pulgas. Aunque estaba prohibido, algunos de ellos usaban sus zapatos llenos de lodo como almohada. El frío penetraba hasta los huesos y la ración diaria era de 250 gramos de pan negro y una sopa aguada. No había posibilidad de baño del cuerpo entero o lavado de dientes y tenían los segundos contados para hacer sus necesidades. En este contexto, el único sentido de la vida consistía en simular capacidad de trabajo para poder sobrevivir, abstraerse de la durísima realidad reelaborando experiencias previas o pensar en el suicidio o en la huida.

El 27 de enero de 1945 el ejército soviético ingresó al campo y los soldados no podían creer lo que estaban viendo. Los nazis habían intentado destruir cualquier rastro que los vinculara con el genocidio del pueblo judío y con la “solución final” que diseñaron para lograrlo –los campos de exterminio–, pero las pruebas eran irrefutables: permanecía en pie una de las cuatro cámaras de gas, se conservaban 7 millones de toneladas de pelo correspondientes a unos 140.000 prisioneros, 370.000 trajes de hombre, 837.000 vestidos de mujer y miles........

© El Espectador