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Nadie oye mis plegarias

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30.06.2025

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No por ser agnóstico dejo de rezar ocasionalmente. Rezo por las dudas, como quien arroja una botella al mar con un mensaje manuscrito que expresa un deseo improbable. Rezo cuando estoy en apuros, cuando me falta el aire, cuando presiento la cercanía de la muerte. También rezo para dar gracias porque no se cayó el avión, porque mi mujer todavía me ama, porque mis hijas están bien. Soy un creyente trepador. No rezo para trepar al cielo, sino para obtener favores, beneficios, protecciones, privilegios. ¿Qué pierdo rezando, si, como sospecho, los dioses son meramente una invención humana? Nada. No pierdo nada. O pierdo apenas un minuto. Luego la vida sigue. Pero esos segundos en que le hablo a Dios estoy hablando también conmigo mismo. Aun si nadie oye mis plegarias, mi espíritu encuentra paz al elevarlas.

A menudo le hablo a mi hermana que murió en un accidente. Pobre mi hermana, no solo le digo cuánto la extraño, sino le pido toda clase de favores: que me haga dormir cuando estoy desvelado, que me cure cuando estoy enfermo como ahora que no respiro bien, que me ilumine cuando escribo porque ella escribía como los dioses, que me ayude a estar en el lugar correcto. Aunque soy un creyente dubitativo e inconstante, aunque tiendo a pensar que no tengo alma o que mi alma es mi barriga, quiero creer que el espíritu de mi hermana ha viajado a un lugar mejor, unos mares mejores, porque ella corría olas todos los días, y que desde allá me mira con ternura y acaso me cuida con la paciencia de quienes se saben eternos.

Me tortura no estar en el lugar correcto. Me atormenta perder el tiempo en el lugar incorrecto. Estos días, diezmado por la enfermedad, bebiendo miel y limón, pensando en que con mucha suerte me quedarán ocho o diez años de vida, no más, me pregunto adónde debo ir, con quién debo estar, cuál es mi........

© El Espectador