Escampavía
Despierte Presidente.
No solo los huérfanos, las viudas, los heridos y las fuerzas del orden están de luto, también lo está la patria, como no sentir con ellos el dolor que no se cura con discursos; lo cierto es que la violencia campea en las cuatro esquinas de la patria, que regresamos a lo que pensábamos haber dejado atrás. Nuestra inútil solidaridad con las víctimas de las bombas en Cali, con los policías asesinados por quienes celebran haber coronado una masacre y con los que caen cada día víctimas de las bombas asesinas, de las balas disparadas a mansalva, de la cobarde emboscada, de los tatucos envenenados.
“Para reducir la violencia y reprimirla, ya lo estamos viendo, es preciso que la Nación entera, sin reservas, se dedique a ese trabajo supremo, no con la cándida esperanza de que cada iniciativa o cada acción aislada produzca el milagro de la paz, sino acondicionándose para una larga empresa que puede requerir la alteración de la mayor parte de nuestros hábitos, de nuestros conceptos y de nuestra capacidad para resistir duras pruebas. Sabemos que la violencia sobrevive por la impunidad.
La impunidad es en gran parte ineficiencia, en parte, ojalá mínima, complicidad con los violentos. Pero los violentos y sus cómplices, por razones política o económicas, no son sino una exigua minoría del pueblo que solo anhela y pide la restauración de la paz”. Así se expresó el Dr. Alberto Lleras cuando asumió la presidencia en 1.958, hoy ocho lustros después, ese discurso continúa vigente. Por alguna razón la violencia se ha convertido en nuestra compañía, década tras década hemos buscado la anhelada paz, la hemos convocado, la hemos ofrecido, la hemos rogado, pero no hemos conseguido tocar el encallecido corazón del verdugo, la guerra no quiere darle tregua a un pueblo que vive aterrado la barbarie de la bomba. Colombia ha suplicado tanto la paz, que ya duda que los........





















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